El aguador, es uno de los oficios más antiguos de México y se trata de quién era el encargado de abastecer agua para las casas, mucho antes que la mayoría de los hogares en el país cuenten con la infraestructura necesaria para tener agua potable.
Al ser una labor vital para cada una de las familias mexicanas, quienes se desempeñaban como aguador se convertían en hombres de confianza de todos los hogares, además de ser sumamente respetados, pues incluso prestaban sus servicios en caso de alguna calamidad en la comunidad, como un incendio.
El agua la sacaban de su fuente más cercana, lo que dentro de la Ciudad de México por ejemplo, serían las fuentes públicas. Los aguadores eran los encargados de mantener las fuentes limpias y distribuir su líquido por toda la colonia.
El 16 de diciembre de 1850, se comenzó a distribuir en la Ciudad de México, el primer reglamento para ser aguador, sin embargo, este oficio ya existía en México desde los primeros días del Virreinato y llegó a tener su día oficial el 3 de mayo, junto con los albañiles.
El principal requisito para convertirse en aguador, era la extensa recomendación de otro aguador, quien debía dar el visto bueno para que el nuevo elemento se integrase al grupo de la fuente (había varios aguadores por colonia) y la policía lo reconociera en el futuro.
Además de recoger y distribuir el agua por la colonia, la principal función del aguador era mantener limpia y cuidar las fuentes de agua.
El reglamento para ser aguador especificaba que cada 1ero de diciembre, los aguadores debían reunirse en sus respectivas fuentes para elegir a sus representantes, denominados cabo, de los cuales se desprendían los capataces y por último los capitanes. Después de asignar estos cargos, se procedía al registro.
El registro del aguador era una libreta con los datos generales y descripción física de cada persona que fungía este papel. Una vez que contaban con estas acreditaciones; los oficiales les entregaban un escudo de metal que debían portar en el pecho en todo momento mientras estuvieran trabajando. Perder, robar o hacer mal uso de la placa, estaba penado.
El cuidado era minucioso en cuanto a los aguadores, pues en caso de retirarse del oficio, cambiarse de domicilio o fallecer, debía ser notificado para poder retirarle el permiso. Se solía premiar al capitán con mejor desempeño por manos de los mismos gobernadores.
Había quienes se hacían pasar por aguadores, ya sea para robar el líquido vital o para venderlo de manera ilegal. Esto estaba especialmente vigilado y castigado; 12 Reales era la multa por hacerse pasar por aguador y la cantidad se multiplicaba si se cometía de nuevo. Una persona podía llegar a ser clasificada como “Vago inobediente” en caso de recaer en ese delito.
En cuanto a su forma de trabajar tan particular, los aguadores alrededor de México pueden diferir en las técnicas que utilizaban para acarrear el agua. Por lo general, el aguador contaba con un uniforme de cuero que constaba de una gruesa gorra con visera, un delantal y un par de correas también de cuero.
Al aguador también se le llamaba “cuerudo” por sus herramientas para llevar el agua. Para sacar un dinero extra, el aguador era mensajero entre parejas enamoradas. Para llevar registro de sus ventas, los aguadores dejaban “Tantos” o “Colorines” a las amas de llaves, lo cual no era más que pequeñas florecillas de colores o semillas y dependiendo de cuantas veces abasteciera de agua, era el número de tantos que dejaba en cada casa.
Este era no solo una de las maneras más sencillas de llevar la cuenta, también un enorme ejercicio de confianza, pues nadie le “jugaba chueco” al aguador, cuya profesión era considerada una de las más importantes para la sociedad en aquellos días.
Solo en la Ciudad de México, había más de 60 fuentes de las cuáles los aguadores extraían el líquido vital. Con el paso del tiempo, estas fuentes fueron demolidas y sus funciones sustituidas por el servicio de agua potable que conocemos en la actualidad.
Y así es como desde la época del Virreinato y hasta finales del siglo XIX, el oficio de Aguador era uno de los más importantes, demandados y queridos en México. Con la noble labor de llevar el líquido vital a cada hogar.