Peter Higgs (Newcastle upon Tyne, 1929), el ‘padre’ del bosón de Higgs, falleció el lunes a los 94 años en su casa de Edimburgo. Y con él, ha fallecido una leyenda de la ciencia. La famosísima partícula que él describió teóricamente muchas décadas antes de que los físicos experimentales pudieran demostrar su existencia fue una pieza clave para entender por qué el resto de partículas son como son. O en otras palabras, la responsable de que las partículas elementales posean masa y que explica cómo se forma la materia que nos rodea y de la que estamos hechos.
Popularmente se la denominó la partícula de Dios, muy a pesar de muchos científicos, reacios a utilizar ese nombre que contribuyó decisivamente a aumentar su fama. En una entrevista con este diario, el propio Higgs se definía como una persona “no creyente”, pero defendía que “la ciencia y la religión pueden ser compatibles”.
Ha sido la Universidad de Edimburgo, el centro en el que el profesor Higgs desempeñó prácticamente toda su carrera investigadora, la que este martes ha informado de su fallecimiento, ayer lunes, “por una breve enfermedad”.
Hoy la comunidad científica llora la pérdida de uno de los más destacados científicos de nuestra era, y también uno de los más apreciados por su calidad humana. Entre las reacciones de sus colegas a su muerte proliferan las de aquellos que le recuerdan como un gran profesor y una excelente persona, discreta y con un gran sentido del humor. “Un verdadero caballero, humilde y educado, siempre dando el debido crédito a los demás”, en palabras de Alan Barr, catedrático de Física de la Universidad de Oxford.