Chihuahua, Chih.- En las sombras de la ciudad, donde las calles se convierten en hogar y la lucha diaria es una realidad implacable, existe un silencioso eco de recuerdos que perduran en los corazones de aquellos que han conocido la amarga realidad de la calle. En el Día del Niño, una fecha que muchos apenas recuerdan, estos recuerdos se convierten en destellos de luz en medio de la oscuridad.
Hablamos con personas que, a pesar de las adversidades, han encontrado un refugio en la nostalgia de tiempos más simples. Para ellos, la infancia es un santuario intocado por la crueldad del mundo exterior.
Entre risas y lágrimas, rememoran los momentos más preciados: el calor de la familia reunida alrededor de una mesa, el aroma tentador de tortillas recién hechas, el sabor reconfortante de un pollo rostizado compartido entre risas y complicidad. Son instantes que se aferran a la memoria como estrellas en la noche, guiando el camino en medio de la penumbra.
El parque se convierte en un oasis de alegría, donde los problemas se disipan ante la magia del juego. Con amigos o incluso con una mascota leal, la infancia se despliega en todo su esplendor, ajena a las realidades despiadadas que el tiempo de calle les ha impuesto.
Pero la realidad se hace presente una vez más: el frío que penetra los huesos, las lluvias que azotan sin piedad, la violencia que acecha en las sombras. La soledad se convierte en compañera constante, mientras la pérdida de seres queridos se convierte en una herida que nunca termina de sanar.
Aún así, cada día es una lucha por un momento de paz, por un instante de serenidad en un mundo que parece haber olvidado su humanidad. En estos pequeños retazos de tiempo, en estos recuerdos que se aferran como anclas en medio de la tormenta, se encuentra la fortaleza de aquellos que persisten en las calles, aferrándose a la luz de una infancia que aún vive en sus corazones.
