Chihuahua, Chih.- Lo que debía ser un proceso de recuperación terminó en tragedia. Max, un joven de 23 años, ingresó por voluntad propia al centro de rehabilitación IMACH, en un intento de salir del alcoholismo. Sin embargo, menos de 24 horas después, su familia recibió una llamada con la peor noticia: estaba muerto.
El pasado viernes por la tarde, Gaby, madre de Max, llegó a casa y lo encontró en estado crítico: borracho, con vidrios rotos, cortadas en los brazos y manos y, lo más alarmante, inyectándose insulina. Desesperada, llamó a una ambulancia, pero le respondieron que por esa razón no acudirían. Ante la falta de apoyo médico, su familia tomó la decisión de llevarlo a la fuerza al centro de rehabilitación IMACH, donde Max ingresó caminando y sonriendo.
Antes de dejarlo en el anexo, les informó a los encargados que se había inyectado insulina, a lo que le respondieron que esperarían al médico para revisarlo. Pero ese médico nunca llegó.
De “todo bien” a una muerte inexplicable.
El sábado a las 4:30 p.m., Gaby regresó al anexo para dejarle sus pertenencias. Al preguntar por su hijo, le aseguraron que estaba bien. Sin embargo, 20 minutos después, recibió una llamada en la que le informaban que Max estaba muy mal y que lo llevarían al hospital.
Cuando su madre llegó al hospital, su hijo ya estaba muerto, con el cuerpo morado y sin signos vitales.
Tras la muerte de Max, su familia enfrentó una serie de inconsistencias. La Fiscalía informó que el cuerpo debía ser trasladado al C4 para la necropsia de ley, cuyos resultados determinaron que murió por sobredosis y paro respiratorio, pero no por insulina.
Por otro lado, el centro de rehabilitación IMACH envió un informe en el que asegura que la causa de muerte fue un “accidente por sobredosis”, sin dar más explicaciones sobre lo ocurrido dentro de sus instalaciones.
Para la familia, la historia es clara: Max entró con vida al centro y ahí lo dejaron morir. Ahora, exigen respuestas y justicia por su muerte.
