Chihuahua, Chih.- A propósito de las elecciones de jueces que vienen en camino este mes de junio, llegan a mi mente las distintas caras de la moneda que tiene esta –ya no tan nueva- pero mal llamada “reforma judicial”. Para muchos representa una oportunidad única en la historia de nuestro sistema, el poder contender por un cargo, sin la previa y meritoria (aunque muchos la quieran desprestigiar), carrera judicial.
Pareciera paradójico que al mismo tiempo esto sea algo positivo para unos, y represente también un cúmulo de puntos negativos para otros. Y es que necesariamente nos privan, o nos privarán, de la excelencia y profesionalidad de memorables jueces y magistrados que han integrado nuestro Tribunal Superior de Justicia.
Por una parte tenemos unas elecciones injustamente justas, donde en el mejor de los casos, los merecedores del puesto tras una brillante carrera judicial deban competir aún contra una serie de eventos desafortunados que arrastran su mérito como si se tratara de la supervivencia del más fuerte (o de la “bolita” con más suerte).
Porque además, después de haberse enfocado durante años en su carrera, ahora tienen que ser por encima, excelentes políticos y mercadólogos que logren una base votante y un fino manejo de redes sociales.
Luego, tenemos el peor escenario, donde grandes juristas, en un acto valiente (y no precisamente sensato) de coherencia, ética y amor al derecho, declinaron su candidatura con la firme intención de mantener la carrera que muchos años les costó, intachable, al mismo tiempo y subsecuentemente, le dan paso a una nueva generación para que ocupe su lugar. Creo que es aquí donde muchos empezamos con sentimientos encontrados.
Después del juego del azar, en que se sacaron bolas en una tómbola, como para ganar el premio de la Lotería Nacional, nos topamos con la grata sorpresa de que en las boletas habrá gente que genuinamente da gusto ver ahí, y que muy probablemente, si no fuera por esta circunstancia, no tendríamos la posibilidad de votar por ellos. Pero, ¿sí vamos a votar por ellos?
Viene a mi pensar el “aceptable” porcentaje del electorado que acudió a las urnas el pasado mes de junio en las elecciones para presidencia y demás cargos públicos, y me pregunto: ¿será que lograremos un porcentaje de votación similar o mayor al que existió en esos comicios? Para estas elecciones extraordinarias, para un sistema judicial por el que nunca se había votado, y por personas que ni si quiera conocemos.
La verdad, es poco probable, y con esto viene otra “preocupación”. ¿Quién va a votar y por quién?, y, ¿Será que los candidatos por los que verdaderamente vale la pena votar, alcanzarán el número necesario de votos?
Quizá los que estén más apegados a la esfera política y partidista del estado (o del país) lo logren, pero sin duda alguna dejan en gran desventaja a los que se han dedicado a hacer más derecho y menos política. Al tiempo.