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sábado 26 de abril del 2025.

En mayo se cumplen 12 años de Carolina la “psicópata adolescente”

H.Cd de Chihuahua.- El próximo 4 de mayo, se cumplendoce años, de que la ciudad de Chihuahua quedó marcada por uno de los crímenes más escalofriantes en su historia, el doble homicidio de Efrén y Albertina, una pareja de adultos mayores, a manos de su hija adoptiva, Ana Carolina de apenas 17 años.

El caso no solo conmocionó por la violencia del acto, sino por el perfil de la agresora: una joven de clase alta, inteligente, carismática y aparentemente sin motivos evidentes.

Ana Carolina ronda los 30 años de edad y su historia sigue siendo objeto de estudio por criminólogos, psicólogos forenses y medios de comunicación. Su rostro se convirtió en sinónimo de frialdad, su nombre, en leyenda urbana. ¿Qué llevó a una adolescente con “todo” a asesinar a sus padres adoptivos, incinerarlos y, minutos después, ir a comer un hot dog como si nada hubiera pasado

Ana Carolina vivía en una residencia de la capital. Sus padres, Efrén Ramos, de 90 años, y Albertina de la Peña, de 60, eran conocidos empresarios, propietarios de bares, expendios de alcohol y varias propiedades en México y Texas. A Yeni –como la llamaba su familia– no le faltaba nada: ropa de marca, viajes frecuentes a Miami, las Bahamas, Disneyland y un viaje a Venecia ya agendado para ese verano.

Desde el exterior, todo era perfección. Pero al interior del hogar, las tensiones crecían. Según algunas versiones, Ana Carolina mantenía una relación cada vez más conflictiva con sus padres, particularmente cuando éstos decidieron no prestarle el automóvil familiar. Para algunos, ese fue el detonante; para otros, sólo una chispa más en un terreno ya plagado de resentimientos.

La madrugada del 3 de mayo de 2013, Ana Carolina puso en marcha un plan que llevaba semanas afinando junto a su novio, José Alberto, y un amigo, Mauro, quien, según la investigación, estaba “interesado” en participar en un homicidio por mera curiosidad.

Según los archivos periodísticos, Yeni ejecutó una trampa meticulosamente planeada. Encendió la televisión en la sala para simular normalidad y esperó a que su padre saliera. Entonces llamó a su madre a la cocina, con la excusa de que le faltaba un ingrediente. Mauro la esperaba agazapado tras un sillón. Cuando Albertina cruzó la puerta, fue asfixiada con un cable. En sus últimos segundos, aún miraba a su hija.

Horas después, cuando Efrén llegó a casa cerca de las 10 de la noche, Ana Carolina repitió el patrón: “Papá, ¿me ayudas a cortar fruta?”. Fueron las últimas palabras que escuchó antes de ser atacado por José Alberto, también con un cable eléctrico.

Las autopsias revelaron un detalle tras asesinar a la pareja, los jóvenes inyectaron una mezcla de cloro con insecticida directamente en la yugular de ambos cadáveres. El objetivo era asegurarse de que no hubiera forma de reanimación. Luego, simplemente salieron de la casa.

Lo que vino después desconcertó incluso a los agentes más experimentados. Con los cuerpos aún en la sala, los tres adolescentes se dirigieron a comer hot dogs y beber un six de cervezas. La indiferencia emocional de Ana Carolina fue evidente desde el primer interrogatorio. “Me siento libre”, dijo, cuando fue enviada a una celda especial. “Ya me tenían harta”.

Al día siguiente, transportaron los cuerpos a un terreno baldío cercano a la colonia Sapo Verde. Ahí rociaron 13 litros de gasolina y prendieron fuego. Mauro resultó con quemaduras en el rostro al intentar incinerar también la ropa y objetos personales que podían vincularlos con el crimen.

Después del incendio, José y Ana Carolina fueron a una joyería a medirse los dedos para futuros anillos de compromiso y los mismos antecedentes periodísticos, apuntan que esa misma noche asistieron a unos XV años.

Fue hasta el 5 de mayo que el caso se resolvió. José Alberto, presionado durante un interrogatorio rutinario sobre la desaparición de Efrén y Albertina, rompió el silencio: “Ya no puedo más, necesito un psicólogo”. Con esa frase, se abrió la puerta al macabro relato que lo convertiría en coautor de uno de los crímenes más impactantes en la historia de Chihuahua.

Las declaraciones posteriores de Ana Carolina mostraron una narrativa tan carente de empatía que heló a los investigadores: “No sé qué pasó con mis papás. Cuando desperté ya no estaban”. Sin embargo, los testimonios de José y Mauro, sumados a las pruebas físicas, terminaron por incriminarla de manera definitiva.

Peritajes psicológicos realizados durante el proceso revelaron que Ana Carolina presentaba una psicopatología nivel 9, una calificación que, según estándares del FBI, corresponde a homicidas seriales sin remordimiento alguno. Hasta hoy, no ha mostrado señal de arrepentimiento.

Su rostro y el de sus amigos fueron difundidos tiempo después de los hechos y a la fecha, el caso sigue tan vigente que la mayoría de los ciudadanos recuerdan el caso como si hubiera sido hace un par de meses.

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