El 11 de agosto de 2006, una pequeña de tres años y medio desapareció en una colonia popular del sur de Parral. Su nombre era Bárbara, aunque todos la conocían con cariño como Barbarita.
Lo que parecía ser una angustiosa búsqueda terminó convirtiéndose en una de las historias criminales más macabras y estremecedoras que ha vivido la ciudad, y cuyo eco aún retumba en la memoria de los chihuahuenses.Han pasado casi dos décadas desde aquel crimen, pero la mención del caso Barbarita sigue evocando indignación, horror e impotencia.
No fue solo el asesinato de una menor. Fue la ruptura de la inocencia social, el rostro más brutal del mal reflejado en la violencia sin sentido hacia una niña indefensa. Fue, en palabras de los propios vecinos de la colonia San Uriel, “el día en que Parral se detuvo”.
Todo comenzó en una tarde calurosa del verano de 2006. La madre de Barbarita había salido a trabajar a la maquiladora, como cada día, dejando a la pequeña al cuidado de su abuela. Pero en algún momento de la jornada, la niña desapareció. La angustia familiar se transformó rápidamente en un clamor colectivo: vecinos, conocidos, policías y voluntarios recorrieron calles, arroyos, lotes baldíos. Repartieron volantes, pegaron carteles, lanzaron llamados por radio y altavoces.
Las estaciones locales cubrían el caso minuto a minuto. La ciudad, de poco más de 100 mil habitantes, se volcó entera en la búsqueda. Durante tres días, la esperanza persistió. Pero el 14 de agosto, la esperanza murió.
Fue una vecina quien, al revisar su patio, encontró una bolsa de plástico negra que le pareció sospechosa. Avisó a las autoridades. Al abrirla, peritos y agentes ministeriales se toparon con una escena inimaginable: el cuerpo desmembrado de una niña pequeña.
Horas más tarde, las extremidades cercenadas fueron halladas en el techo de una vivienda cercana. La conmoción fue absoluta. Parral se paralizó. Las escuelas suspendieron actividades, las iglesias abrieron sus puertas para rezos. La imagen de la pequeña Barbarita, con su cabello oscuro y sonrisa dulce, apareció en portadas, noticieros y muros improvisados de luto.
Las pruebas forenses confirmaron lo que muchos temían: se trataba de Bárbara. Tenía apenas tres años y medio.Durante meses, el caso avanzó con lentitud y la indignación popular crecía, exigiendo respuestas, culpables, justicia.
Bajo esa presión, el 20 de marzo de 2007, la entonces Subprocuraduría de Justicia de Chihuahua anunció la detención de J. J. G. G., un joven con antecedentes de comportamiento errático y enfermedades mentales.
De inmediato, el caso dio un giro: la versión oficial afirmaba que el detenido había confesado el crimen, que lo había cometido con herramientas como martillos y cuchillos, y que pretendía cocinar partes del cuerpo de la niña. Se llegó incluso a asegurar que practicaba rituales satánicos y actos de zoofilia, afirmaciones que la defensa del acusado rebatió rotundamente.
El abogado argumentó que su cliente no podía ser juzgado por padecimientos mentales severos. Lo cierto es que, para muchos en Parral, la detención de J. J. G. G. no trajo paz, sino más incertidumbre. Algunos lo consideraban un chivo expiatorio. Otros, el rostro del horror.Una de las pruebas clave fue el tipo de nudo con el que estaba atada la bolsa.

Cuando se le pidió al acusado replicarlo, lo hizo sin dificultad. Sin embargo, eso no disipó las dudas ni convenció a todos.En 2019, trece años después del crimen, J. J. G. G. fue liberado tras ser declarado inimputable por un juez, al considerar que no contaba con la capacidad mental para responder penalmente.
Había sido sentenciado a 31 años de prisión por homicidio calificado, pero solo cumplió doce.Su liberación causó indignación y temor. Por más de un año y medio estuvo en libertad, hasta que una nueva orden de aprehensión fue emitida en su contra.

Fue reaprehendido el 19 de febrero de 2021 en el municipio de Madera, y un Tribunal de Segunda Instancia aumentó su sentencia a 43 años y nueve meses de prisión.Aun así, hay quienes sostienen que el caso nunca fue esclarecido del todo. Que la verdad completa sigue oculta, y que el expediente quedó marcado por irregularidades, contradicciones y vacíos legales.
El caso Barbarita no es solo un expediente judicial. Es una herida en la conciencia social. Representa el fracaso institucional en la protección de la infancia, pero también una muestra de la solidaridad ciudadana en tiempos de crisis.Cada aniversario, algunos vecinos colocan veladoras en el sitio donde fue encontrada. Otros mencionan su nombre en misas y oraciones.
El recuerdo de Bárbara vive en la memoria de quienes aún claman justicia plena.