En Chihuahua, cada quincena miles de trabajadores ven cómo se les descuenta una parte de su salario para el Instituto Mexicano del Seguro Social.
Lo hacen con la esperanza de tener, cuando lo necesiten, atención médica digna, medicamentos suficientes, quirófanos funcionales, personal capacitado. No se pide un lujo, no se pide un favor: se exige lo que por ley y por justicia corresponde.
Somos el estado que más aporta al IMSS a nivel nacional. No lo decimos nosotros, lo demuestran los datos. Chihuahua trabaja. Chihuahua paga. Chihuahua cumple. Pero, ¿quién cumple con Chihuahua?
En las clínicas del IMSS, y particularmente en el Hospital Morelos, lo que encontramos no es un sistema de salud, sino una estructura colapsada. Salas saturadas, cirugías postergadas por meses, medicamentos esenciales agotados, pacientes esperando horas, días, semanas.
Familias que llegan con angustia y se van con frustración.
Y mientras tanto, los guardias de seguridad que, lejos de apoyar, muchas veces se convierten en el primer obstáculo, a cientos de familias, que lo único que piden es saber como esta su paciente, si esta tranquilo, si tiene miedo, si ya le dieron su medicamento o si siguie vivo.
Maltrato, prepotencia, indiferencia… como si la enfermedad fuera una culpa, como si buscar ayuda fuera una molestia.
Pero no, esto no es culpa del médico que hace guardias dobles, ni de la enfermera que atiende a veinte pacientes con insumos para cinco.
Tampoco es responsabilidad del personal de limpieza, ni del camillero, ni de la recepcionista, ellos son la consecuencia de un sistema deficiente, de un sistema corrupto, una caja chicha para las becas, las campañas y para quienes menos trabajan.
Ellos también están desarmados. Ellos también son víctimas de un sistema que hace años se olvidó de darles herramientas. Trabajan con lo mínimo, con lo que pueden, con lo que consiguen. Y muchas veces, lo hacen por vocación, por empatía, por humanidad.
La verdadera pregunta es, ¿dónde están los recursos? ¿Dónde se quedan los miles de millones que salen de los bolsillos de los trabajadores de Chihuahua? ¿Por qué se destinan a hospitales de otros estados donde, tristemente, no se aportan las mismas cuotas? ¿Por qué se priorizan becas que no exigen esfuerzo ni mérito, mientras aquí se desmoronan quirófanos y se le niega un medicamento a un derechohabiente que sí ha cumplido?
Es indignante. Es doloroso. Es una traición. Porque no se puede hablar de justicia social si quien trabaja es castigado con el abandono. Porque no se puede hablar de equidad cuando quien más aporta es quien menos recibe.
Este no es un discurso político. Es un grito ciudadano. Es la voz de madres, de padres, de abuelos, de jóvenes que se enferman y no encuentran respuesta. Es la voz de quienes han tenido que comprar jeringas, vendas, paracetamol, porque en el hospital “no hay”. De quienes han perdido citas por falta de personal, de quienes han sido reprogramados una y otra vez porque no hay anestesiólogo, ni quirófano, ni insumos. Es la voz de Chihuahua.
Y desde aquí preguntamos: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo el gobierno federal va a seguir premiando la inactividad y castigando al esfuerzo? ¿Hasta cuándo nos van a decir que “ya merito” llegan los recursos, mientras la gente se muere esperando?
La salud no es un privilegio. La salud es un derecho. Y en Chihuahua ese derecho se ha pagado, peso sobre peso, quincena tras quincena, con sudor, con trabajo, con responsabilidad.
Por eso exigimos que se nos trate como lo que somos: derechohabientes cumplidos. Porque no se vale que el sistema le dé la espalda al único estado que sí cumple. Porque no se vale que la vida de nuestra gente dependa de la burocracia, del desvío, del olvido.
Hoy, más que nunca, levantamos la voz por quienes ya no están. Por quienes esperan. Por quienes no deben pagar con su vida lo que otros gastan en campañas, en favores, en privilegios. La salud que pagamos, la queremos de vuelta. Porque en Chihuahua no pedimos regalos. Pedimos justicia.