Un país que no puede garantizar clases, apagar incendios ni equipar a sus bomberos es un país que no está funcionando. No hace falta más evidencia para constatarlo: basta con ver las noticias del día.
Los maestros han anunciado una posible huelga nacional. ¿El motivo? Demandas históricas que el gobierno federal vuelve a ignorar: aumentos salariales dignos, mejores condiciones laborales y respeto a los derechos sindicales. En lugar de resolver, las autoridades juegan al “esperemos que no pase”. La receta de siempre: minimizar, patear el bote y culpar al pasado. Si los alumnos se quedan sin clases, no es por los maestros, sino por un sistema que sigue condenando a la educación pública al rezago permanente.
Los docentes amenazan con paralizar las aulas… otra vez. Mientras el gobierno presume “reformas educativas”, las escuelas públicas siguen siendo trincheras de lucha laboral. ¿Quién pierde? Los millones de niños condenados a recibir una educación intermitente, donde cada ciclo escolar es una ruleta rusa de paros y negociaciones. El mensaje es claro: en México, aprender es un lujo que pocos pueden permitirse.
Pero si de abandono hablamos, lo ocurrido ayer en Ciudad Juárez raya en el surrealismo. Una fábrica de tarimas ardió en llamas en la colonia Tierra y Libertad. ¿Y los bomberos? Sin agua. Literalmente. Los “héroes” tuvieron que cargar cubetas —sí, cubetas— para intentar apagar un incendio industrial.
Así de precario está todo. No es falta de voluntad, es falta de recursos, de estrategia, de respeto. Cuando quienes combaten el fuego dependen de milagros, ya ni siquiera hablamos de negligencia: es una afrenta directa a la ciudad.
¿Cómo explicar que en una ciudad que se dice cosmopolita, con un presupuesto anual de 10 mil millones de pesos, los bomberos tengan menos recursos que una ferretería de barrio?
Y mientras aquí cargamos agua en botes, allá en la Sierra Tarahumara los bosques siguen ardiendo sin control. Más de 30 incendios forestales activos devoran la región, sin que el gobierno estatal o federal logre una respuesta efectiva. Ni helicópteros, ni brigadas suficientes, ni coordinación real. A cambio, apenas comunicados tibios y promesas huecas.
Los rarámuris y comunidades serranas ven cómo se calcina su territorio ancestral, mientras en los escritorios de gobierno la prioridad sigue siendo la selfie, la gira y la encuesta.
Los incendios forestales devoran la sierra, pero a nadie le importa. No hay brigadas suficientes, no hay equipos, no hay estrategia. Los pulmones de Chihuahua se queman mientras las autoridades emiten “alertas” desde sus oficinas con aire acondicionado. Aquí no hay discursos, no hay promesas: solo cenizas y comunidades enteras abandonadas a su suerte.
Epílogo: El país que se apaga
Tres frentes distintos, una sola conclusión: el Estado está ausente donde más se le necesita. A los estudiantes, les fallamos. A los bomberos, los dejamos solos. A la sierra, la condenamos al olvido.
Pero no, no vamos bien. México no está en llamas: está en abandono. No hay país que avance cuando su columna vertebral —educación, protección civil y medio ambiente— se desmorona a diario.
Hoy, la gente común intenta apagar el fuego que los políticos alimentan con su negligencia. Y lo peor: parece que ya ni nos sorprende.