La Torre Centinela, ese monumento a la paranoia gubernamental que se levanta como símbolo de que “algo se está haciendo”, ya va al 73 % de avance. Nos dicen que será una especie de Gran Hermano de concreto y pantallas, vigilante perpetuo de la ciudad más vigilada y, paradójicamente, una de las más violentas del país.
Lo curioso es que, cada que anuncian sus avances, la criminalidad no baja; solo sube el presupuesto y se multiplican los discursos vacíos. Porque, en Ciudad Juárez, el problema nunca ha sido la falta de cámaras, sino la falta de voluntad política para enfrentar al verdadero enemigo: la impunidad.
La torre se levanta como un centinela ciego: mira, pero no actúa; graba, pero no interviene; presume, pero no resuelve. Es un show de alto presupuesto para una audiencia cada vez más harta.
¿De qué sirve tener la ciudad más espiada si las extorsiones, balaceras y secuestros siguen ocurriendo a plena luz del día? Es la vigilancia como placebo, no como solución. Un símbolo caro de la incapacidad institucional.
Este falo arquitectónico no es progreso, es la materialización de un sistema que construye verticalmente para no ver los problemas de frente. ¿De qué sirven rascacielos de cristal si seguimos gobernados por mentes de piedra?
Y, como si la vigilancia fuera poca, ahora el gobierno busca meter mano también en lo que se dice. La Cámara Nacional de la Industria de Radio y Televisión (CIRT) levantó la voz ante lo que considera una embestida regulatoria. Más que reglas, lo que se pretende es el control del contenido, el discurso, el relato.
Porque, si algo incomoda al poder, no es la delincuencia, ni la pobreza, ni la impunidad: es que lo critiquen en horario estelar. Se busca una prensa domesticada, que ladre cuando se le ordene y aplauda como foca cuando se le premia.
En un país donde la libertad de expresión ya pende de un hilo, el gobierno sigue empeñado en convertir a radio y TV en megáfonos oficiales. Pero todavía quedan medios que no se doblan y voces que no se alquilan. Esa es la verdadera resistencia: no está en las calles, sino en los micrófonos que aún se niegan a editar la verdad.
Y, sin embargo, entre tanto humo, hay una señal de luz: el anuncio del polo de desarrollo de semiconductores en San Jerónimo. Esta apuesta tecnológica y estratégica podría cambiar el juego para Juárez y para todo el estado.
Por fin, una inversión que mira hacia el futuro, que piensa en empleos bien pagados, en cadenas productivas sofisticadas y en una conexión real con la economía global. Esto no es una promesa de campaña ni una torre para la foto: es una posibilidad concreta.
Si se gestiona bien, puede ser el detonante que saque a la región del ciclo eterno de maquilas baratas y salarios de miseria. Claro, siempre y cuando no llegue la corrupción a arruinarlo todo… otra vez.
Epílogo: Así que, mientras nos vigilan desde las alturas, nos silencian desde los escritorios y nos prometen el futuro desde los parques industriales, los ciudadanos seguimos aquí: exigiendo que lo básico funcione, que nos cuiden sin espiarnos, que nos escuchen sin callarnos y que nos impulsen sin condicionarnos.
Porque Juárez no necesita más torres, necesita más justicia. No necesita más censura, necesita más verdad. Y, sobre todo, necesita que este polo tecnológico no sea un espejismo más, sino el verdadero punto de quiebre hacia un futuro distinto.
Y nosotros, espectadores involuntarios, seguimos aquí: viendo cómo nos vigilan, nos engañan y nos repiten que todo va bien.
Spoiler: no va bien.