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lunes 30 de junio del 2025.

Cerocahui: Una Historia de impunidad y ausencia tras homicidio del Chueco

El 20 de junio de 2022, un crimen estremeció a México. Los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar fueron brutalmente asesinados en el corazón de la Sierra Tarahumara, dentro de una iglesia en la comunidad de Cerocahui, municipio de Urique, Chihuahua.

Este crimen, que también cobró la vida del guía turístico Pedro Eliodoro Palma Gutiérrez, y un ciudadano Paul Osvaldo Berrelleza, evidenció la fragilidad del Estado en territorios marcados por el dominio del crimen organizado, y dejó una herida profunda en una comunidad que había sido testigo de su labor humanitaria.

Un Territorio de Conflicto y Crimen

La Sierra Tarahumara es una de las regiones más hermosas y marginadas de México, conocida por sus impresionantes paisajes y su rica cultura indígena. Sin embargo, esta belleza natural contrasta con la dura realidad de violencia, pobreza y falta de acceso a servicios básicos que viven sus comunidades.

La región ha sido históricamente un corredor clave para el narcotráfico, un espacio disputado por grupos del crimen organizado, y en particular, por el Cártel de Sinaloa.

Este cártel mantiene el control de la zona mediante células como la liderada por José Noriel Portillo Gil, alias “El Chueco”, quien operaba con absoluta impunidad.Desde hace años, “El Chueco” había sido señalado como responsable de una serie de crímenes en la región, que iban desde desapariciones forzadas, asesinatos, extorsiones, hasta amenazas a líderes comunitarios.

En 2018, se le vinculó directamente con el asesinato del turista estadounidense Patrick Braxton-Andrew en Urique, un crimen que atrajo la atención internacional y que, sin embargo, no resultó en su captura, la impunidad en la región parecía no tener límites.

El Crimen: Un Acto de Desgarradora Brutalidad

El día del asesinato, los sacerdotes Javier Campos y Joaquín Mora, quienes durante años habían trabajado al lado de la comunidad rarámuri, se encontraban en la iglesia de Cerocahui cuando un violento acto los sorprendió.

La tragedia se originó en una disputa aparentemente banal: un partido de béisbol entre los jóvenes de la comunidad, en el cual el equipo de “El Chueco” había sufrido una derrota.

Tras la derrota que sufrió en el deporte y tras mantenerse bajo el influjo de drogas y alcohol, decidió retirarse del lugar para ir por Paul, pero en el camino encontró al guía turístico Pedro Palma a quién lo interceptó, lo golpeó y lo llevó por la fuerza hasta la iglesia del pueblo.

Los sacerdotes, conocidos por su trabajo humanitario, intentaron intervenir para proteger al guía. Su gesto de solidaridad y compasión, sin embargo, les costó la vida. “El Chueco”, quien tenía a su disposición un grupo armado, disparó contra los tres hombres, asesinándolos de manera inmediata.

Los cuerpos fueron sustraídos por el mismo criminal, quien se aseguró de que no quedaran rastros en el lugar.El hecho no solo quebrantó la seguridad de un espacio sagrado como la iglesia, sino que también rompió la aparente calma de una comunidad que vivía bajo la constante amenaza del crimen organizado, pero que no estaba acostumbrada a sufrir ataques tan directos.

Repercusiones y Denuncias a Nivel Nacional e Internacional

El asesinato de los sacerdotes y del guía turístico provocó una ola de indignación a nivel nacional e internacional.

La Compañía de Jesús, a través de un comunicado, denunció la falta de garantías para los misioneros que trabajan en zonas de alto riesgo y exigió justicia. Organizaciones civiles, defensores de derechos humanos y hasta el papa Francisco alzaron la voz para demandar que el crimen no quedara impune. La indignación fue tal que el propio presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, reconoció públicamente la magnitud del hecho y prometió acciones concretas para capturar a “El Chueco” y hacer justicia por los caídos.

El gobierno federal desplegó fuerzas de seguridad en la región, pero a pesar de los esfuerzos, pasaron meses sin resultados significativos. La comunidad jesuita organizó actos conmemorativos en honor a los sacerdotes y continuó exigiendo que el crimen no quedara en el olvido.

Sin embargo, la respuesta del Estado mexicano fue vista por muchos como insuficiente, lo que fortaleció la sensación de abandono y desesperanza entre los habitantes de la región.

El Perfil de “El Chueco” y su Impunidad

José Noriel Portillo Gil, mejor conocido como “El Chueco”, era temido en toda la Sierra Tarahumara. Su figura se asociaba con una larga lista de desapariciones, ejecuciones y amenazas a los habitantes de la región.

En diversas ocasiones, se le había vinculado con el cobro de extorsiones a negocios, el desplazamiento forzado de comunidades rarámuris y el control de diversas rutas de narcotráfico.

Su capacidad para moverse libremente por la región y mantener el control sobre las comunidades mostró la creciente presencia del crimen organizado en zonas remotas y la incapacidad de las autoridades para frenar su avance.

El asesinato de Patrick Braxton-Andrew en 2018, uno de los casos más mediáticos asociados con “El Chueco”, no solo dejó en evidencia la violencia que se vivía en la región, sino que también fue un parteaguas para que la comunidad internacional pusiera su atención en el crimen organizado en Chihuahua.

A pesar de la presión internacional, “El Chueco” siguió operando con total impunidad hasta que, en marzo de 2023, fue abatido en un enfrentamiento armado con las fuerzas federales en Choix, Sinaloa.

La confirmación de su muerte, corroborada mediante pruebas genéticas, fue celebrada como un avance, pero también sirvió para evidenciar la capacidad del crimen organizado de mantenerse en pie durante años sin que el Estado pudiera hacer frente a su poder.

Un Legado de Justicia y Esperanza

El sacrificio de los sacerdotes Javier Campos y Joaquín Mora, y de Pedro Palma, dejó una huella profunda en la región y en el país. Los sacerdotes jesuitas eran conocidos por su dedicación al trabajo social y humanitario en favor de las comunidades más vulnerables, especialmente los pueblos indígenas rarámuris. A lo largo de su vida, ambos hombres de fe fueron defensores incansables de los derechos humanos y de los valores de justicia social.

Su muerte, por tanto, no solo representó la pérdida de dos vidas valiosas, sino también la tragedia de un pueblo abandonado por el Estado.El crimen visibilizó la fragilidad de las comunidades en la Sierra Tarahumara, que viven bajo el constante asedio del crimen organizado.

A través de su muerte, los sacerdotes pusieron en evidencia la deuda histórica del Estado con estos territorios, cuya marginación y abandono han sido perpetuados por años de indiferencia. La memoria de Javier Campos, Joaquín Mora y Pedro Palma sigue viva en las luchas por la justicia y en el recuerdo de su compromiso con los más necesitados.

Sin duda, su legado trasciende en la búsqueda de un México más justo y en la exigencia de que el crimen organizado no gobierne nuestras comunidades.

Víctimas mortales

Javier Campos Morales, S.J. (79 años): Sacerdote jesuita conocido como “El Gallo”, con décadas de servicio en la Sierra Tarahumara.

Joaquín César Mora Salazar, S.J. (80 años): Sacerdote jesuita con una larga trayectoria pastoral en comunidades indígenas.

Pedro Eliodoro Palma Gutiérrez (60 años): Guía turístico local con más de 40 años de experiencia. Fue perseguido por “El Chueco” y buscó refugio en la iglesia, donde fue asesinado junto a los sacerdotes

Paul Osvaldo Berrelleza Rábago (22 años): Joven beisbolista local, secuestrado por “El Chueco” tras una disputa relacionada con un partido de béisbol. Su cuerpo fue hallado sin vida días después.

Jesús Armando Berrelleza Rábago (24 años): Hermano de Paul Osvaldo, también secuestrado, pero localizado con vida posteriormente.

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