H. Cd. de Chihuahua.- En las alturas implacables del Himalaya, donde el oxígeno escasea y cada paso cuesta un esfuerzo titánico, un grupo humano desafía los límites de lo posible. Ellos no lo hacen por gloria ni por turismo extremo. Lo hacen por necesidad, por tradición, y sobre todo, por supervivencia. Son los Sherpas, los verdaderos guardianes del Everest.
Cargan hasta 100 kilos sobre la espalda: equipos de campamento, tanques de oxígeno, alimentos, sogas, carpas y todo lo necesario para que los alpinistas extranjeros —muchos de ellos sin experiencia en alta montaña— tengan una oportunidad de alcanzar la cima del mundo.

Caminan más de 20 kilómetros a través de rutas heladas, glaciares traicioneros y paredes verticales. Preparan los caminos, instalan cuerdas de seguridad y, cuando todo termina, también limpian la montaña, recolectando toneladas de basura dejada por las expediciones.
Con una población que no supera las 1,200 personas, los Sherpas poseen una fisiología única, estudiada por científicos de todo el mundo. A diferencia del resto, su cuerpo puede tolerar niveles mínimos de oxígeno sin colapsar. Mientras un alpinista promedio sufre hipoxia y agotamiento a los 8,800 metros de altitud, ellos siguen avanzando, con paso firme, sin necesidad de oxígeno suplementario.
¿Son superhumanos? Quizá no en términos técnicos, pero lo parecen. Su fortaleza física, resistencia mental y conocimiento milenario de la montaña los convierte en figuras esenciales en cada ascenso. Y, sin embargo, rara vez ocupan portadas o titulares. Los reflectores suelen apuntar a quienes pagan para desafiar el Everest, mientras que los que arriesgan todo para que eso sea posible quedan en las sombras.
Para los Sherpas, cada expedición es un desafío personal. No se trata de conquista, sino de subsistencia. Aun así, con cada nueva temporada, vuelven a escalar, a guiar, a limpiar y a cuidar ese majestuoso lugar que para ellos no es una meta turística, sino hogar, historia y vida.