El Senado avanza sin frenos en la reforma que formaliza el control militar de la Guardia Nacional. Lo que alguna vez intentó ser un cuerpo civil para atender tareas de seguridad pública, ahora será un apéndice más de las Fuerzas Armadas.
Porque claro, nada dice democracia como soldados patrullando calles, atendiendo migración, controlando aduanas, construyendo trenes y ahora también liderando la Guardia Nacional. Lo que comenzó como una “solución temporal” se está transformando en una normalización del militarismo, a la mexicana, con uniforme verde olivo y promesas de disciplina. Lo civil se diluye, la vigilancia se fortalece, y el ciudadano queda, como siempre, al margen.
La reforma para consolidar el control castrense de la Guardia Nacional avanza, mientras las dudas sobre su eficacia real se multiplican. No es seguridad, es ocupación disfrazada de protocolo. ¿De qué sirven más soldados en las calles si los crímenes siguen impunes y las fiscalías sin recursos? La militarización no es una solución: es la rendición del Estado ante su propia incapacidad para construir instituciones civiles fuertes.
Mientras eso ocurre en las altas esferas, en el terreno baldío de un yonke de Ciudad Juárez, la Profepa encontró y rescató a un tigre. Sí, un tigre. No en un zoológico, no en un santuario: en un lote abandonado, entre chatarra. La escena es un símbolo perfecto de lo que somos: un país que encierra lo salvaje en el abandono, que domestica la violencia pero no la resuelve. ¿Cómo llegó ahí? ¿Quién lo tenía? ¿Cuántos más habrá? Nadie lo sabe y, francamente, nadie parece muy interesado en averiguarlo. El tigre fue rescatado, sí, pero la jungla urbana en la que vivimos sigue tan indomable como siempre.
Celebramos el rescate, pero ignoramos el ecosistema de negligencia que lo hizo posible. Mientras los traficantes de especies operan libremente, las autoridades solo actúan cuando el escándalo es inevitable. La vida silvestre no necesita héroes ocasionales: necesita un sistema que la proteja antes de que esté al borde de la muerte.
Pero no todo es caos, mugre o miedo. De vez en cuando, algo se construye —y no se cae— en esta ciudad. El Instituto Chihuahuense de Infraestructura Física Educativa (ICHIFE) transformó 39 escuelas públicas de Juárez, invirtiendo en rehabilitación de aulas, baños, techos y materiales básicos para que niños y jóvenes puedan estudiar sin goteras, sin calor infernal y con dignidad.
En una ciudad tan castigada, tan olvidada por los presupuestos, una inversión real en educación es casi un acto revolucionario. Y por eso, aunque parezca raro decirlo, celebramos. No con fuegos artificiales, pero sí con esperanza.