Mientras el país discute las leyes expresas que ha aprobado el régimen desde el congreso de la Unión, en las calles, los bolsillos de millones de mexicanos vuelven a resentir el golpe que nunca termina de irse. Y esta vez, llega por todos lados: se desploman los ingresos petroleros, sube la carne, y si eso no fuera suficiente, las escuelas públicas comienzan a desmoronarse, literalmente, bajo la lluvia.
Primero lo primero: los ingresos petroleros cayeron un 23.8% entre enero y mayo, una caída que no solo preocupa por lo que implica en términos macroeconómicos, sino porque ese petróleo aún representa una de las columnas vertebrales del presupuesto nacional. El romanticismo de una economía diversificada se deshace frente a los números reales: sin petróleo, México aún cojea, y mucho.

Pero el gobierno sigue insistiendo en que “la soberanía energética va bien”. La realidad: cada barril que se exporta a precio de remate es un balde más de deuda que heredarán nuestros nietos. El milagro petrolero se convirtió en pesadilla fiscal.
Esto ocurre mientras los alimentos siguen encareciéndose sin freno. Esta vez, el alza más fuerte vino en la carne, ese bien que para muchas familias ya no es parte del plato diario, sino un lujo dominguero, y cada vez menos frecuente. Comer bien se está volviendo privilegio de pocos. ¿Y qué hacen las autoridades? Cálculos, discursos, conferencias… pero soluciones reales, ni una. En cada tianguis, en cada supermercado, la angustia se palpa: tortillas más caras, huevo impagable y carne por las nubes.
Mientras las familias sustituyen proteínas por carbohidratos, los discursos oficiales siguen hablando de “inflación controlada”. ¿Controlada para quién? Para los que comen cifras, no para los que cuentan pesos. Todo sube, menos el ingreso real per cápita.
Y en medio de ese caos económico, llegó la lluvia, y con ella, la evidencia de que muchas escuelas primarias no aguantan ya ni un chubasco. En Juárez, varias bardas escolares colapsaron tras las lluvias recientes. Un peligro para los alumnos, un dolor de cabeza para los padres y una vergüenza más para quienes han prometido “invertir en la educación”. Pero, y aquí va el respiro entre tanto absurdo, al menos las autoridades ya activaron una evaluación urgente de la infraestructura escolar.
Suena básico, suena mínimo… pero en una ciudad donde rara vez se actúa antes de que ocurra una tragedia, el hecho de que haya una respuesta institucional inmediata, aunque tardía, merece ser reconocida. Ojalá no se quede en evaluación, y de ahí pasemos a reparación, reforzamiento y prevención. Porque las bardas no solo son concreto: son la frontera entre un entorno seguro y una tragedia anunciada.
EPÍLOGO: ENTRE EL DESASTRE Y LA (DÉBIL) ESPERANZA
Petróleo en picada, comida inalcanzable… pero al menos en la prevención de accidentes parecen despertar. El reto es que esta activación de protección escolar no sea flor de un día, como tantas otras “emergencias atendidas” que luego caen en el olvido.
Juárez y México viven una combinación cada vez más peligrosa: menos dinero, más hambre, más riesgos y menos Estado. Mientras los discursos se llenan de “transformaciones”, la gente se llena de incertidumbre, y eso… eso sí que se está volviendo insoportable.