En Juárez ya no es suficiente hablar de impunidad, corrupción o negligencia. Ahora hay que usar palabras como descomposición —literal. La espantosa realidad del crematorio en Granjas Polo Gamboa, donde más de 380 cuerpos fueron encontrados en condiciones inhumanas, no solo representa una falla monumental en sanidad y regulación: es una fotografía del abandono institucional más brutal que hemos visto en años.
Hoy la fiscalía general del Estado por fin anunció que irá tras funcionarios de COESPRIS, esa dependencia que debería haber inspeccionado, clausurado o por lo menos levantado la ceja ante semejante pudrición. Bien por la FGE si de verdad hay voluntad de sancionar. Pero no es un logro, es una obligación, porque si Juárez se convirtió en la ciudad donde los cuerpos ni siquiera tienen descanso digno, entonces los responsables —por omisión o por complicidad— deben rendir cuentas ante la justicia y la historia. Porque Juárez merece saber: ¿quién firmó las auditorias? ¿Quién aprobó los informes? ¿Quién miró para otro lado?
Y mientras nos recuperamos del asco y la rabia, la bicicleta en Juárez sigue siendo un deporte extremo. Las ciclovías están documentadas como lo que ya sabemos: parches, ocurrencias, rayones en el pavimento sin planeación ni respeto al ciclista. En lugar de infraestructura, lo que hay es un peligro pintado de verde o rojo, con banquetas invadidas, carriles fantasmas y usuarios condenados a circular entre el riesgo y la resignación.
La movilidad sustentable es una burla cuando ni el peatón puede caminar seguro y el ciclista se convierte en obstáculo para los automovilistas porque nadie respeta el espacio que se le prometió. En Juárez no hay cultura vial, pero tampoco hay Estado. Y sin ambas, la calle se vuelve jungla.
Y por si faltaba el postre, nos tocó el “premio gordo”: Juárez fue reconocida con una distinción por transparencia… sí, aunque usted no lo crea. La ciudad con más observaciones sin solventar en el gasto federalizado, la misma que no puede justificar cientos de millones de pesos del FORTAMUN y el Ramo 28, ahora presume reconocimiento por “rendición de cuentas”. ¿Será premio por tener los mejores justificantes para no justificar nada?
Epílogo: El reto es enorme. Pero la indiferencia, esa sí, ya no cabe más.
Juárez duele, apesta, y no por metáfora. Esta ciudad se descompone entre lo invisible y lo evidente, entre los cuerpos olvidados y los discursos vacíos, entre la simulación premiada y la verdad enterrada. Pero hay esperanza cuando al menos alguien levanta la voz, cuando hay indignación colectiva y cuando, aunque tarde, alguien empieza a moverse para poner orden.
Hoy hay dos Juárez: el de los funcionarios que por fin enfrentan consecuencias y el de las ciclovías rotas; el de los reconocimientos ficticios y el de las familias que exigen verdad sobre sus muertos.
Por lo pronto, la ciudad sigue su rutina: unos pedalean entre baches hacia el trabajo, otros esperan noticias de sus desaparecidos, todos mirando de reojo al cielo por si llueve y vuelve a inundarse el túnel de 16 de septiembre.