Ciudad Juárez ya no cabe en sĂ misma. No por orgullo, no por logros… sino por vehĂculos. Hoy, hay casi 830,000 autos circulando por sus calles, una cifra que deberĂa encender todas las alarmas, no solo por la saturaciĂłn urbana, sino por el tipo de parque vehicular que se ha creado: una avalancha de unidades mal importadas desde Estados Unidos, muchas sin verificaciĂłn, sin historial, sin responsabilidad. Son coches que cruzan sin papeles, pero con protecciĂłn polĂtica. Son un negocio más de los que se lucran con el caos.
El nuevo anuncio de la reactivaciĂłn del programa de regularizaciĂłn de autos “chuecos” viene disfrazado de ayuda social, pero debajo del papel celofán se esconde una verdad incĂłmoda: es una polĂtica pĂşblica hecha a la medida del desorden, un parche que se convirtiĂł en sistema. En Juárez ya no se trata de ordenar el tránsito, sino de normalizar lo informal. La calle, el tráfico y la ley se rinden ante la necesidad… o ante el clientelismo electoral.
Mientras eso ocurre del lado mexicano, al norte de la frontera la historia no es muy distinta: dos agentes de Aduanas y ProtecciĂłn Fronteriza de Estados Unidos se han declarado culpables de permitir el ingreso de drogas al paĂs a cambio de sobornos. SĂ, la misma frontera que presume vigilancia extrema, muros, perros entrenados y drones, es tambiĂ©n una aduana por donde se cuela la corrupciĂłn más pura: la institucional. Nada que no sepamos ya, pero que igual indigna.
Y para cerrar el cĂrculo, el alcalde Cruz PĂ©rez CuĂ©llar sigue con su juego de sombras. Reitera acusaciones graves contra el exfiscal Jorge Nava y el diputado Bonilla, pero sin sustento, sin pruebas, sin datos. Como quien lanza lodo al aire esperando que algo manche. Se le pidiĂł evidencia y se excusĂł. Como quien no sabe si quiere justicia o solo espectáculo. En una democracia madura, una acusaciĂłn sin sustento deberĂa tener consecuencias… pero aquĂ se premia el escándalo y se castiga el silencio.
EpĂlogo: El paĂs del “aquĂ hacemos lo que nos plazca”
Ciudad Juárez está saturada de autos sin historia, cruzada por drogas con permiso y gobernada por declaraciones huecas. Todo se mueve, pero nada avanza. Y la polĂtica, esa que deberĂa conducir, prefiere andar sin placas: sin responsabilidad, sin rumbo y sin freno. Hasta que algo –o alguien– por fin los detenga.