Lo que brilla es que vivimos tan conectados a la electricidad que, si nos la quitan, nos apagamos nosotros también.
Lo que huele es que todo un país dependa de una sola empresa que colecciona apagones como trofeos… pero eso sí, el recibo llega puntualito, casi con moño.
Lo que apesta es que, si reclamas, te piden un expediente digno de novela judicial… que después pierden. Y cancelar el servicio, ni pensarlo: aquí no es monopolio, es “amor eterno”, aunque nadie lo pidió.