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Heroica ciudad de Chihuahua, Chih. México
11 de octubre 2025

Entre cifras, silencios y una ciudad que (¡por fin!) separa su basura

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Agosto cerró en Juárez con 72 ejecuciones. Y aunque algunos titulares lo disfrazan de “buenas noticias” porque en comparación con meses anteriores parece haber una baja, el fondo es igual de crudo: seguimos siendo una ciudad donde la vida vale poco y donde el conteo de muertos se convirtió en la métrica más estable de nuestra cotidianidad. No hay curva de aprendizaje aquí: la estadística de sangre es la única que nunca falla en actualizarse.

La Fiscalía de Distrito Zona Norte, reporta estos datos con la frialdad de un parte meteorológico, pero ¿dónde está el análisis profundo? ¿Qué explica esta baja? ¿Operativos federales, fatiga de los cárteles o simplemente un mes de “descanso”?

Los voceros oficiales suelen repetir la frase mágica: “los homicidios van a la baja”. Como si se tratara de un logro en política pública, como si ese descenso aritmético pudiera maquillar la violencia estructural que asfixia a la frontera. El problema es que, cuando uno mira con más detalle, la realidad enseña su otro rostro: bajan las ejecuciones, sí… pero suben las desapariciones.

Y aquí la pregunta incómoda que pocos se atreven a hacer en público: ¿nos están cambiando muertos por desaparecidos? Porque esta semana nos enteramos de que al menos 160 extranjeros están desaparecidos en Juárez. El dato no solo inquieta por su magnitud, sino por lo que revela: esta frontera sigue siendo un territorio de tránsito donde migrantes, turistas o trabajadores quedan expuestos al crimen organizado, a la trata de personas y a la corrupción de autoridades. Se esfuman, sin dejar huella, como si Juárez hubiera perfeccionado un sistema de evaporación humana.

El gobierno puede presumir menos cadáveres, pero ¿qué presume una madre que busca a su hijo desaparecido? ¿qué consuelo tiene una familia que no sabe si volverá a ver al padre que salió a trabajar y nunca regresó? Es aquí donde la retórica oficial se estrella contra la pared del dolor social. Decir que bajan los homicidios, cuando suben las desapariciones, es como anunciar con orgullo que “el paciente ya no sangra tanto”… pero callar que, de paso, ya no respira.

Como diría “Chicharito” Hernández en sus análisis improvisados: interesante. Sí, interesante cómo los números se acomodan para dar discursos bonitos mientras la tragedia se multiplica en otras formas. Interesante cómo en Juárez se repite la fórmula del gato de Schrödinger: menos muertos visibles, pero más ausentes invisibles. Y lo peor: ambos son vidas que se escapan entre los dedos de un Estado que finge tener control, pero que en realidad vive atrapado en una crisis interminable.

Y justo cuando uno cree que todo son tinieblas, aparece una noticia que busca mostrarnos la cara positiva de la ciudad: en tres días arranca la separación de basura en el Valle del Sol. Lo anuncian con toda la parafernalia institucional posible, como si se tratara del inicio de una revolución ecológica. Orgánicos en un lado, inorgánicos en otro, reciclables más allá. Es decir, Juárez se pone moderno, como Europa, como Japón.

Nada en contra del reciclaje. Al contrario, es necesario, urgente y civilizatorio. Pero la ironía es inevitable: vivimos en una ciudad donde parece más fácil separar la basura que separar a los criminales de las calles. Nos piden disciplina ciudadana para poner el plástico en una bolsa y el cartón en otra, pero seguimos esperando la misma disciplina de las instituciones para poner a cada delincuente donde le corresponde: en prisión.

El contraste duele y provoca risa amarga. ¿Qué tipo de ciudad somos cuando nos obsesionamos por dividir desechos, pero normalizamos la desaparición de personas? ¿qué clase de autoridad tenemos que presume campañas ambientales mientras tolera que la violencia siga cambiando de forma sin nunca desaparecer del todo?

Quizá en unos meses podamos presumir estadísticas impecables de reciclaje: “Juárez separa el 70% de su basura”. Y, quién sabe, tal vez hasta algún funcionario sueñe con recibir un premio internacional por la modernización del manejo de residuos. Pero, entre tanto, las madres rastreadoras seguirán caminando el desierto con palas en mano, buscando restos de sus hijos. Ellas también hacen separación, pero no de basura, sino de huesos humanos. Y esa realidad no se maquilla con bolsas verdes o negras.

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