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11 de octubre 2025

La diplomacia de los manazos

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En el gran circo de las relaciones internacionales, donde México siempre parece el payaso invitado, Donald Trump nos regala un capítulo que mezcla diplomacia con un manazo que duele más en el orgullo que en el bolsillo.

En una entrevista exclusiva con el Daily Caller –justo a horas de que su secretario de Estado, Marco Rubio, pise suelo mexicano–, el presidente gringo se despacha con elogios dignos de una telenovela romántica hacia Claudia Sheinbaum: “Me cae muy bien la presidenta. Creo que es una mujer estupenda. De hecho, es una mujer increíble en ciertos aspectos, muy elegante, hermosa”. ¡Ay, qué galantería, Donald! Uno casi imagina rosas y chocolates volando sobre el Río Bravo.

Pero, como siempre, el halago viene con el garrotazo: “Pero México está dirigido por los cárteles. Está dirigido por los cárteles”. ¿Diplomacia? Más bien un piropo con veneno, recordándonos que, para Trump, México es un socio comercial útil pero un patio trasero infestado de narcos.

El contexto es jugoso: la periodista Reagan Reese le pregunta si confía en que México refuerce la frontera, y él responde con esta joya, seguida de un “off the record” que, por supuesto, nadie nos cuenta. Luego, suelta que ofreció enviar al Ejército de EE.UU. a México y que Sheinbaum rechazó porque “tiene miedo. Tiene mucho miedo”. Analíticamente, esto no es solo un comentario suelto; es una patada a la soberanía mexicana en vísperas de la visita de Rubio, recordando que Trump sigue con su reforma migratoria en la manga –una que promete “contentar a todos”, pero que huele a más aranceles y presiones por el T-MEC.

Lo cierto es que el expresidente número 45 y ahora 47 de Estados Unidos nunca se ha caracterizado por la mesura. Dice lo que piensa, guste o no, y en eso basa gran parte de su popularidad. Y esta vez dejó un mensaje claro: a los ojos de Washington, México no está bajo el control del gobierno, sino de las mafias. Aunque duele admitirlo, los hechos —homicidios, extorsiones, desapariciones— le dan más fuerza a su narrativa que a cualquier discurso triunfalista del oficialismo mexicano.

Y hablando de presiones, aquí llega Marco Rubio, el flamante secretario de Estado de Trump, aterrizando en México para una visita de tres días que empieza el martes –su segunda a países hispanos desde que asumió el cargo–. ¿Viene a poner orden o a dar órdenes?

Con los ojos puestos en seguridad y migración, Rubio se reunirá el miércoles con Sheinbaum, justo dos días después de su primer informe de gobierno, donde se espera que la presidenta luzca avances en la lucha contra el narco. No hay firma de acuerdos en el horizonte, pero el menú es pesado: los cuatro pilares del marco de febrero –confianza mutua, responsabilidad compartida, respeto a soberanías y cooperación sin subordinación– serán el telón de fondo para discutir el “acuerdo de seguridad”.

Washington aplaude el “verdadero progreso” en extradiciones de cabecillas, distribución de agua en el Río Bravo y manejo de aguas residuales en Tijuana-San Diego, pero Rubio querrá más: cruces ilegales de mexicanos (que ahora son la mayoría, gracias a las políticas anti-migrantes de Trump), y un freno a que China use México como puente para evadir aranceles.

En comercio, EE.UU. busca reducir su déficit y gravámenes como el del jitomate mexicano. Concatenando con el piropo-manazo de Trump, esto huele a inspección: Rubio llega con el mandato de su jefe, que ve a México “dirigido por cárteles”, para presionar por más “proximidad” en la frontera. Analíticamente, es un equilibrio delicado: México informa acciones, pero ¿cederá soberanía?

Y bueno, no podíamos dejar de hablar del tema que brilló todo el fin de semana pasado: el conato de bronca entre Alejandro “Alito” Moreno y Gerardo Fernández Noroña, que ilustra la decadencia política en México como un manual de lo que no hacer en democracia.

Moreno, líder del PRI y senador, y Noroña, flamante ex presidente de la Mesa Directiva del Senado– se convierten en el ejemplo perfecto de políticos que debaten con empujones en lugar de argumentos, consensuando con soberbia en vez de razón. El incidente: un altercado físico con dramatismo y empujones, que refleja la arrogancia de la clase política mexicana.
Noroña, el “vil pandillero de barrio” de Morena, desconectaba micrófonos a opositores para bloquear propuestas “por la puerta trasera”, actuando como el matón del “grupo de choque” de la 4T, incluso ahora en el poder. Moreno, por su parte, representa el PRI rancio, con su historia de corrupción y lazos con el narco que todos sabemos.

Estos “ejemplos” –Moreno y Noroña como arquetipos de soberbia– erosionan la democracia: no debaten, no consensúan, solo gritan y empujan, dejando a México en un limbo donde la oposición es irrelevante y el poder, un monopolio. Persuasivamente, políticos, aprendan: la democracia no es un ring de boxeo, es un foro de ideas. Pero irónicamente, ¿quién necesita debates cuando tienes puños?

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