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Heroica ciudad de Chihuahua, Chih. México
3 de septiembre 2025

*No son boletos, son voluntades* *Poderes divididos en el corazón del Centro* *Los boletos, el béisbol y el 27*

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Si la disputa por los boletos de béisbol causó revuelo, lo que viene en la arena política es todavía más delicado: la compra de voluntades. Los partidos saben que el verdadero juego no está en la tribuna ni en el diamante, sino en los municipios. PAN, Morena, PRI y Movimiento Ciudadano han entendido que el activo más codiciado rumbo a la gubernatura no son los discursos ni los spots, sino los alcaldes en funciones. Y cada día que pasa, el mercado político se vuelve más evidente.

No basta con tener buenos perfiles o candidatos carismáticos. La estrategia se centra ahora en blindar a los presidentes municipales para que no “cambien de camiseta” a mitad del partido. Porque en la práctica, muchos alcaldes son piezas de negociación: se venden caro, se mueven según el viento y pueden inclinar la balanza en regiones donde la estructura partidista es endeble. En la sierra y en la zona rural, el peso de un alcalde es mucho más que simbólico: es la diferencia entre ganar o perder.

Las fotografías recientes son la mejor prueba. Reuniones “interinstitucionales” les llaman, pero los encuadres hablan por sí solos. Un saludo, un abrazo o una mesa compartida envían mensajes más claros que cualquier boletín de prensa. En política, la forma sigue siendo fondo: un alcalde que aparece al lado de un aspirante deja en claro dónde está su corazón, aunque en papel siga jurando lealtad a otro partido.

El reto para los partidos no es menor. Mientras unos apuestan a la disciplina interna, otros confían en la chequera o en la seducción del poder. Pero en esta temporada preelectoral, más que candidatos fuertes o campañas espectaculares, lo que se juega es la fidelidad de los alcaldes. Y esa, como los boletos de beisbol, parece agotarse demasiado rápido.

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“Este arroz ya se coció”. Así puede resumirse la fractura entre comerciantes del Centro Histórico: mientras un grupo decide blindar el Corredor Comercial de la Victoria para que sus decisiones se tomen de manera autónoma, otros insisten en mantener la unidad con la calle Libertad. Lo que parecía un simple diferendo administrativo se ha convertido en un reacomodo del poder, con todo lo que ello implica para la dinámica económica del primer cuadro de la ciudad.

No es un secreto que el Centro luce cada vez más concurrido, pero los empresarios subrayan una verdad incómoda: más gente no significa más consumo. La masa creciente de visitantes se limita, en muchos casos, a “pasear” sin gastar, generando desgaste en la imagen del lugar más que derrama económica. Esta queja revela un malestar profundo: la percepción de que el centro histórico está saturado de presencia social, pero vacío de clientes reales.

El liderazgo empresarial tampoco ha quedado inmune a estas tensiones. Claudia Portillo, presidenta del sector, fue acusada de resistirse a reconocer la autonomía de cada corredor, aunque al paso de los días cedió terreno y aceptó la diversidad de necesidades. La división no solo responde a egos o cuotas de poder: también refleja visiones distintas sobre cómo rescatar y revitalizar el centro frente a una competencia feroz de plazas comerciales y nuevos polos de consumo.

El próximo Festival del Mariachi será la primera prueba de fuego para el corredor de la Victoria. Si logran demostrar organización, convocatoria y resultados, la separación podría consolidarse como un acto de madurez empresarial. De lo contrario, quedará exhibido que la ruptura fue más un capricho que una estrategia. La pregunta de fondo es clara: ¿están los empresarios dispuestos a poner el interés común por encima de las disputas internas, o seguirán desgastando al Centro Histórico en pleitos intestinos?

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Como un jonrón con bases llenas corrió el rumor: los boletos para los Dorados se agotaron antes de llegar a taquilla. Y no fue rumor, fue realidad. Lo curioso no es la pasión beisbolera, sino el tufo político que acompaña la venta. Se habla de que los llamados “candidatos 27” Cruz Pérez Cuéllar y Marco Bonilla hicieron acopio de cientos, quizá miles de entradas, garantizando la porra para sus bandos. No es casualidad: en Chihuahua, el estadio también es plaza política.

La teoría conspirativa suena exagerada, pero no por eso menos verosímil. Ambos alcaldes saben que el béisbol mueve masas, y las masas son votos en potencia. Tener un estadio teñido de colores, gritos y banderas no es solo un espectáculo deportivo: es un ensayo electoral. El diamante se convierte en un campo de batalla simbólico donde se mide fuerza, se muestra músculo y se prepara terreno para lo que realmente importa: la elección.

Sin embargo, no todo es manipulación de candidaturas. La realidad, como bien se comprobó, es que miles de familias y aficionados anticiparon el fenómeno. No compraron un boleto para un juego, compraron para toda la temporada. Y ahí está la clave: los boletos se agotan porque existe una afición genuina, porque el beisbol en Chihuahua y Juárez es más que un deporte, es una identidad. Ese público no se mueve por discursos políticos, se mueve por el amor a la camiseta.

Lo que viene es un coctel explosivo: rivalidad deportiva histórica entre Indios y Dorados, aderezada con la rivalidad política entre los aspirantes 27. Cada partido será termómetro de popularidad, cada graderío será encuesta improvisada. Lo preocupante es que, si los políticos siguen colonizando hasta el beisbol, el riesgo es que el fanatismo deportivo termine contaminado por el fanatismo electoral. Y entonces, ni el umpire podrá cantar “play ball” sin que alguien piense en las urnas.

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