
Las encuestas de la risa
En Chihuahua, cada temporada electoral parece repetirse el mismo espectáculo: las encuestas por la gubernatura. Cada partido presume sus propios números, como si hubieran ganado antes de que se impriman las boletas. Y lo más curioso no es que se contradigan entre sí, sino que todos coinciden en algo: cada encuesta coloca al que paga en primer lugar.
La “ciencia” de la demoscopía termina convertida en propaganda disfrazada de dato duro. Lo que debería ser un termómetro social, un instrumento de análisis serio, se vuelve una caricatura donde el que financia la encuesta compra no sólo la pregunta, sino también la respuesta.
Lo peor no es que maquillen los resultados —eso ya es tradición—, sino que los propios partidos se creen el cuento que ellos mismos inventaron. Se convencen de que la ciudadanía está con ellos, cuando en la calle los comentarios y la realidad pintan otro panorama. Así, gobiernan con la ilusión de un respaldo inexistente y se preparan para elecciones sobre bases tan frágiles como el papel en que se imprimen sus encuestas.
El resultado es una política pública guiada no por la realidad, sino por espejismos estadísticos. Al final, la pregunta que queda en el aire no es quién va arriba en la contienda, sino cuánto costó que lo pusieran ahí.
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Los informes del espejo
Septiembre se llena de escenarios, pantallas LED, alfombras rojas y discursos interminables. No importa si es alcalde, diputado, senador o presidente de la República: cada político llega con su “informe de gobierno”, pero en la práctica, lo que ofrecen no es un informe, sino un show de vanidad.
Le llaman rendición de cuentas, pero lo que rinden son aplausos en coro; le llaman transparencia, pero lo que muestran son videos editados como si fueran comerciales de perfume. Los datos se vuelven anécdotas gloriosas, los fracasos se esconden bajo alfombra, y cada logro se multiplica hasta parecer milagro.
Lo más triste es que el informe deja de ser para la ciudadanía y se convierte en un acto de autocelebración. Cada político se aplaude a sí mismo, rodeado de invitados que no están para escuchar, sino para aplaudir. Y mientras tanto, los problemas reales —los baches, la inseguridad, la corrupción, la pobreza— se mencionan de paso, como si fueran detalles menores en un guion que sólo busca dejarlo a él o a ella como protagonista de la gran obra llamada “mi gobierno”.
La política se vacía cuando los informes se convierten en espejos. No nos dicen lo que hicieron, sino lo que quieren ver de sí mismos. Y al final, el verdadero informe no está en el escenario, sino en las calles: ahí se mide la seguridad, ahí se siente la economía, ahí se sabe si la gente confía o no en sus gobernantes.
Porque los discursos pueden inflarse, pero la realidad no entiende de aplausos.
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El calvario del IMSS
Ir al IMSS se ha convertido en una prueba de paciencia y resistencia. Citas imposibles de conseguir, medicamentos que nunca llegan y un trato déspota del personal que olvida que está ahí para servir, no para humillar.
El derechohabiente paga con su salario un servicio que debería garantizar salud y dignidad, pero recibe largas filas, diagnósticos exprés y puertas cerradas. Y mientras tanto, las autoridades presumen avances que sólo existen en el papel.
La realidad es clara: en el IMSS no falta voluntad de los pacientes, falta humanidad en el sistema.
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Agencias de abuso
Comprar un auto nuevo debería ser motivo de alegría, pero en Chihuahua muchas agencias se han vuelto sinónimo de abuso. Contratos llenos de letras chiquitas, cargos inventados y un servicio postventa que parece más castigo que respaldo.
El detalle es que muchas de estas agencias tienen dueños que ni siquiera viven aquí. No conocen a los clientes, no pisan las calles llenas de baches, no entienden la realidad local. Solo ven números en una hoja de Excel y exprimen hasta el último peso, como si Chihuahua fuera una mina que nunca se agota.
La consecuencia: consumidores desprotegidos y un mercado donde la confianza se pierde a la misma velocidad que la pintura de un carro mal entregado.