Dos accidentes y Chihuahua se colapsa
En Chihuahua basta que ocurran dos o tres accidentes para que la ciudad entre en modo colapso total. No es casualidad ni mala suerte, es consecuencia directa de una realidad incómoda que todos vivimos.
- La ciudad se desquicia en minutos. Un choque en una avenida principal y otro en cualquier cruce conflictivo son suficientes para que el tráfico se vuelva ingobernable. Filas interminables, tiempos absurdos y una sensación de caos que se expande como pólvora.
- La ausencia de agentes es el común denominador. Cuando ocurren estos accidentes, lo primero que se nota es que no hay autoridad en el punto. Nadie dirige, nadie gestiona, nadie ordena. Los vehículos quedan atravesados, los ánimos suben y la ciudad entera paga las consecuencias.
- Cada percance se convierte en un efecto dominó.Lo que debería quedarse en un incidente menor se transforma en un desastre urbano que afecta a miles.
Todo por la misma causa, cuando no hay quien controle, el caos se desata solo. Porque en esta ciudad, dos o tres accidentes bastan para exhibir el vacío en las calles. Y ese sí que es un verdadero problema.
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El fiscal que nunca sonríe
Algo cambió en el fiscal. El funcionario que siempre presumió el gesto serio, el rostro duro y la postura rígida, de pronto anda radiante. Quien nunca sonreía ahora no puede ocultar la felicidad que le brota cada vez que aparece una nueva encuesta. Y no es para menos, en los últimos sondeos, se despega todavía más de los otros posibles aspirantes del PAN rumbo al 2027.
La seguridad pública no suele dar motivos para la sonrisa fácil, pero su ánimo parece venir de otro lado. Se le nota ligero, confiado, casi celebrando por adelantado un escenario que él mismo no se atreve a reconocer en público, pero que todos sus gestos ya delatan. Su investidura de fiscal quedó en pausa; su semblante es el de alguien que sabe que va arriba y que cada medición lo confirma.
Y así, entre operativos y conferencias, el funcionario que juraba no distraerse un segundo de su labor ahora se mueve como si trajera un triunfo personal en la bolsa. No lo dice, pero lo refleja. No lo acepta, pero lo disfruta. Porque en Chihuahua ya no se comenta si el fiscal está haciendo un buen trabajo, se comenta qué tan lejos va del segundo lugar en las encuestas internas.
El fiscal que nunca sonreía…
hoy sonríe de más.
Y no por su trabajo, sino por lo que quiere después de él.
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En Chihuahua todos somos agricultores
En Chihuahua quizá no todos sembramos, quizá no todos regamos la tierra al amanecer, quizá no todos vivimos en el campo, pero todos entendemos lo que significa que nos quieran quitar el agua. Aquí el agua no es un trámite, es vida, es territorio, es dignidad. Por eso, cuando los agricultores del estado se plantaron en el Congreso, no fueron ellos solos. Fuimos todos.
La nueva Ley de Aguas huele a imposición desde kilómetros.
Centraliza, concentra y ordena desde escritorios que jamás han sentido el sol del desierto en la nuca. Pretenden decidir desde el centro del país cuánta agua puede usar un productor de Chihuahua, como si fuéramos simples sujetos administrados y no comunidades que por generaciones han sabido cómo sobrevivir con lo poco que tenemos.
Por eso duele.
Por eso enoja.
Por eso todos nos reconocemos en los agricultores, porque la amenaza que hoy los golpea a ellos mañana puede caer sobre cualquiera de nosotros.
Y encima los quieren pintar como manipulados, como ignorantes, como gente que “no entiende la ley”o que son movilizados por interés de un partido político.
No, Aquí entendemos todo perfectamente, entendemos cuando una reforma viene con aires de castigo, entendemos cuando hay prisa sospechosa, entendemos cuando quieren disfrazar control político de política hídrica.
La Conagua en Chihuahua apenas tiene cinco inspectores para todo el estado, pero según ellos, sí tiene la capacidad de concentrar todo el poder del agua.
¿De veras creen que nos tragamos ese cuento?
Los agricultores dijeron basta.
Y cuando ellos dicen basta, el eco se escucha en ranchos, colonias, ciudades, comercios, carreteras y asambleas. Porque aquí, nos guste o no, todos llevamos un agricultor dentro, un instinto que reconoce cuando algo viene mal y cuando el gobierno está cruzando la línea.



