
Ah, Juárez, esa frontera que late como un corazĂłn binacional, siempre al borde del infarto por culpa de quienes deberĂan cuidarla. ImagĂnense el drama: un puñado de agricultores chihuahuenses, con el sol quemándoles la nuca y la ley federal royĂ©ndoles el futuro, plantan sus tractores en los puentes internacionales como si fueran guardianes de una causa sagrada. Y lo son, entiendan: su grito contra esa minuta agraria que amenaza con convertir sus campos en ruinas burocráticas es de manual, justo y necesario, como un balde de agua frĂa en medio de la sequĂa polĂtica. Porque si no alzan la voz ahora, ÂżquiĂ©n va a defender al que siembra mientras el de arriba decide con un sello lo que vale una cosecha entera? Bravo por ellos, de veras; en un paĂs donde el diálogo suele ser un monĂłlogo del poder, estas manifestaciones son el recordatorio filoso de que el pueblo no es un extra en la pelĂcula de Palacio Nacional.
Pero ay, amigos, aquĂ viene el giro tragicĂłmico, ese que transforma una protesta noble en un enredo de proporciones shakesperianas. Al amanecer del 27 de noviembre, con el optimismo de quien cree en hadas y en minutas firmadas, los lĂderes sueltan la bomba: “Mantendremos los bloqueos, pero liberamos parcialmente los puentes de Santa Teresa y Palomas para que fluya la mercancĂa”. Un gesto de buena fe, dicen, con el diálogo federal “avanzando bien” y la esperanza de un acuerdo “muy favorable” en uno o dos dĂas. “Nos vamos a hacer a un lado, pero no salimos del puente”, juran, mientras llaman a la unidad: “¡No se retiren, la marcha sigue!”. Es como el amante celoso que abre la puerta pero deja la llave en su bolsillo: un guiño al pragmatismo, con la amenaza de cerrarla de un portazo si el otro no se porta lindo.
Y, ¡pum!, las horas pasan como tráileres varados en el desierto, y el gesto de buena fe se evapora más rápido que un oasis en verano. Sin una llamada, sin un WhatsApp de MĂ©xico City, sin ni siquiera un “estamos en eso” que suene creĂble, los agricultores dan marcha atrás con la gracia de un caballo desbocado. Retoman el bloqueo total en San JerĂłnimo-Santa Teresa, Guadalupe-Tornillo y todos los cruces chihuahuenses. “Se rompiĂł el diálogo”, truena Javier MelĂ©ndez desde Samalayuca, con la voz ronca de quien ha esperado promesas como se espera lluvia en el Valle de Allende. Y Kevin Berlán, ese portavoz con lengua de navaja, remata: “Nos habĂan dicho que nos informarĂan, pero no nos han hablado. Sabemos cĂłmo le gusta dar atole con el dedo al Gobierno, y nosotros no nos rajamos”. ÂżAtole con el dedo? QuĂ© joya de metáfora, señores: resume en siete palabras el arte ancestral de la polĂtica mexicana, esa de prometer el oro y el moro mientras se cuece el frijol para uno solo.
El resultado, claro, es un caos con aroma a diesel y desesperaciĂłn. En Juárez, la ciudad que respira por sus puentes, el tráfico se convierte en un rompecabezas infernal: 70 horas de protestas y ya hay 7,600 tráileres diarios varados, como elefantes en una cristalerĂa. La movilidad? Un chiste cruel, con avenidas convertidas en estacionamientos eternos y gasolineras cerradas que avivan el pánico comprador. La seguridad? Pendiente de un hilo, porque sin combustible para patrullas o camiones, la tranquilidad se va al carajo más rápido que un rumor en maquiladora. Y el bolsillo, oh, el bolsillo: mientras los campos claman justicia, la economĂa sangra millones. Casi 500 millones de dĂłlares en mercancĂa atrapada, calculan los empresarios con el alma en un hilo, y si esto se alarga unos dĂas más, las maquiladoras –esas que dan de comer a miles de familias fronterizas– empezarán a mandar operarios a casa sin un peso de consuelo. PĂ©rdidas acumuladas de hasta 6 mil millones de pesos en el paĂs entero, dice la ConfederaciĂłn de Cámaras con esa frialdad de contador que no miente, y Juárez, la joya de la corona, lleva la peor parte.
Es el viejo dilema del huevo y la gallina, pero con tractores y minutas: una manifestaciĂłn que salva vidas rurales no puede, a la larga, hipotecar las urbanas. Los agricultores tienen razĂłn en no tragar atole; su batalla es por el pan de cada dĂa, no por migajas de compromiso. Pero Âży el gobierno federal? Ese elefante dormido en la habitaciĂłn, con su coordinaciĂłn que parece un vals de sordos. ÂżDĂłnde está la mesa real de diálogo, la que no se rompe con un soplido? ÂżPor quĂ© tardan en firmar esas minutas que todos piden, en lugar de dejar que la frontera se ahogue en su propia ira? Rogelio González, del Consejo Coordinador Empresarial, lo clava: urge negociar, presionar a todos los niveles para reabrir y restaurar. Porque, entiendan, la justicia no se come con reclamos solos; necesita puentes abiertos y bolsillos llenos para que el impacto no salpique a los inocentes –a los que cruzan el puente por un salario, no por un tractor.
Al final, en esta frontera donde el “mañana” es un lujo, la paciencia es un puente frágil. Los agricultores merecen su victoria, limpia y sin atoles. Pero el gobierno federal, con su lentitud de elefante burocrático, deberĂa recordar que bloquear el diálogo es tan dañino como bloquear un cruce. ÂżO tendremos que esperar a que Juárez declare quiebra moral para que alguien despierte? Porque si no hay soluciĂłn pronta, lo que empezĂł como grito de justicia terminará en eco de ruina compartida. Y nadie –ni el campo, ni la ciudad– se lo merece.

