
Diciembre en la frontera: ¿paz de tractores, curvas locas y estadísticas de salón?
Diciembre en Juárez, ese mes donde el aire huele a pino navideño y a diesel estancado, donde las familias sueñan con regalos transfronterizos mientras los puentes internacionales se convierten en un rompecabezas de tráileres y promesas rotas.
Pero no, queridos lectores, el espíritu festivo no alcanza para todos: mientras las luces parpadean en el desierto, los campesinos chihuahuenses afilan sus demandas como si fueran hoces listas para la siega.
No se termina la novela, entiendan; al contrario, el Frente Nacional para el Rescate al Campo Mexicano –con Eraclio Rodríguez a la cabeza, ese líder que habla con la sabiduría de quien ha visto secarse más acuíferos que presupuestos federales– está en “alerta máxima”. ¿Por qué? Porque la reforma a la Ley de Aguas, esa que debería ser el bálsamo para los campos agrietados, aún cojea como un decreto presidencial con resaca. Exigen más: reconocimiento a los 16 mil pozos ganaderos que operan a media máquina (dos o tres horas al día, sin robarle una gota al subsuelo), legalización de alumbramientos basados en un viejo decreto de 2013, y candados bien puestos para que mineros e industriales no se sirvan el agua como si fuera un buffet libre. “No estamos de acuerdo en que se les dé manga ancha a los mineros y al rato andan contaminando todos los ríos”, truena Rodríguez, y remata con la joya: “Tampoco que los industriales se quieran llevar el agua de uso agrícola, así como Heineken que quiera comprar el volumen de los ejidatarios”. Imagínense: vacas sedientas pidiendo créditos que no llegan, y corporaciones brindando con el sudor de la tierra ajena.
Si entre lunes y martes no hay acuerdo –con cambios al predictamen y reservas en el Pleno–, las carreteras volverán a ser barricadas de tractores. Porque, como dice el hombre, “la producción de alimentos es la paz para el país”, y sin ella, la verdadera sequía es la de confianza en un gobierno que negocia como quien juega al póker con cartas marcadas.
Y hablando de puentes que no fluyen, nada grita “¡Feliz temporada de congestiones!” como el timing impecable de las autoridades juarenses. Justo cuando diciembre desata su avalancha de compradores –esos miles que cruzan por un Black Friday binacional o un último minuto para el tamal familiar–, el Fideicomiso de Puentes Fronterizos de Chihuahua anuncia adecuaciones en la curva de Waterfill.
¿Qué tendrán estos personajes en la cabeza? ¿Un calendario lunar o un dado cargado? Del 3 al 22 de diciembre, nada menos, van a rediseñar el tráfico: vehículos de sur a norte solo podrán doblar a Ramón Rayón (que se convertirá en unidireccional en un tramo), adiós a las vueltas prohibidas, y hola a un camellón central de 250 metros con 550 metros de bordillos, más 6,961 metros de pintura horizontal y nueve señales verticales para que nadie se pierda en el caos.
Rogelio Fernández Irigoyen, director del fideicomiso, lo pinta como un favor divino: ordenar carriles, evitar maniobras kamikaze en esa intersección infernal cerca de los puentes. Claro, porque ¿qué mejor regalo navideño que un desvío sorpresa en hora pico? Mientras los conductores maldicen y los peatones sueñan con teletransportación, las autoridades piden “precaución” y “atención a los avisos”. Precaución, dice: como si no bastara con los bloqueos campesinos, ahora un remiendo vial que satura lo que ya chorrea. ¿Coordinación? Más bien parece un chiste cósmico: arreglemos la frontera cuando más duele, para que el dolor sea inolvidable.
Pero tranquilos, que en medio de esta sinfonía de frustraciones llega la nota triunfal: la gobernadora Maru Campos, con el aplomo de quien ha domado tormentas (o al menos sus encuestas), encabeza la Mesa Estatal de Construcción de Paz y presume una baja en los índices delictivos para octubre y noviembre. “Logramos una disminución notable en los delitos de alto impacto”, declara con esa serenidad de quien recita un boletín de victorias, gracias a “acciones coordinadas” entre federales, estatales y municipales.
Redadas por doquier, operativos en las regiones –con énfasis en la frontera, claro, esa zona donde la paz se negocia a balazos–, y detenciones que, según ella, mantienen a raya a los maleantes. Ahí estaban todos los pesos pesados: el secretario de Gobierno Santiago De la Peña, el fiscal César Jáuregui, el secretario de Seguridad Gilberto Loya, comandantes militares como Felipe González Moreno y Jorge Alejandro Gutiérrez, el fiscal federal, el Centro Nacional de Inteligencia, el alcalde Cruz Pérez Cuéllar y hasta el secretario municipal de Seguridad César Omar Muñoz.
Maru urge a “seguir con las estrategias conjuntas” para que Chihuahua duerma con los ojos cerrados. Qué lindo, ¿no? En un estado donde la inseguridad es como el polvo del desierto –siempre volviendo–, presumir dos meses de calma parece el equivalente a celebrar que el sol no salió un martes. ¿Real? Posiblemente, si las redadas no son solo postureo. ¿Sostenible? Ahí está el truco: mientras los campesinos amenazan con bloquear la paz alimentaria y las curvas viales nos recuerdan que el tráfico mata tanto como las balas, esta “construcción de paz” huele a castillo de naipes.
Porque la verdadera paz no se mide en mesas de salón, sino en campos regados y puentes que no colapsan. Al final, diciembre en la frontera es este cóctel amargo: justicia rural que no baja la guardia, remiendos viales con timing de comedia negra, y estadísticas de seguridad que brillan como luces de Navidad pero podrían apagarse con un soplido. ¿Qué tendrán en la cabeza estos personajes? Tal vez nada más que el siguiente deadline electoral. Ojalá que, por una vez, el diálogo

