
México, ese país donde el gobierno federal sueña con “detonar” la economía como si fuera un cohete de feria, pero termina lanzando petardos mojados que ni chispa hacen. Imagínense la escena: Claudia Sheinbaum, con su doctorado en números y su fe en el segundo piso de la transformación, instala en Palacio Nacional el flamante Consejo para Detonar la Inversión en México, un club de 18 magnates que parece sacado de un catálogo de Forbes: Carlos Slim Helú y su hijo Domit, Bernardo Gómez (el eterno puente entre Palacio y los salones ejecutivos), Carlos Hank González, Alejandro Baillères, José Antonio Fernández Garza, y un desfile de apellidos que pesan más que el PIB de Centroamérica.
¿La estrella juarense? Guadalupe de la Vega, esa empresaria fronteriza que, sin alharacas, se cuela en la lista como un recordatorio de que la frontera no es solo maquilas y narcos, sino también cerebros que saben de cadenas de suministro, comercio y tratados como el T-MEC. Ahí está, representando a Chihuahua en un tablero donde la inversión privada se ha evaporado más rápido que un oasis en el desierto chihuahuense.
¿El propósito de esta mesa redonda de lujo? Enfrentar el estancamiento económico que Banxico pinta con brocha gorda: un mísero 0.3% de crecimiento para 2025, caída en la industria, empleo formal en picada y agroexportaciones tosiendo. Reemplaza al fallido CADERR de Altagracia Gómez –ese que prometía lluvia y entregó nubes–, y ahora, con judiciales reformados, amparos capados y el SAT mordiendo tobillos fiscales, el Ejecutivo apuesta a que estos 18 envíen “señales de certidumbre” a los inversionistas asustados.
Porque, entiendan, la 4T no puede sola: mientras la presidenta posa con su nuevo juguete en Palacio, la realidad es que el gobierno federal, con su mañanera de promesas y su austeridad de circo pobre, ha logrado espantar más capital que un fantasma en Wall Street. ¿Rápidos y furiosos? Más bien, los Slim y los Hank corren a rescatar lo que Sheinbaum no detona, en un guiño cínico a que, al final, la transformación necesita millonarios para no colapsar.
Bravo por Lupita de la Vega, que al menos pone a Juárez en el mapa; ojalá su voz fronteriza pese más que los egos de los otros 17.
Y hablando de egos que no caben en un quirófano, pasemos a la joya de la corona indolente: Zoé Robledo, el eterno titular del IMSS, soltando en un video que parece parodia de Monty Python: “No hay que pensar que nos tenemos que medicalizar y pensar que cuando nos enfermaremos haya medicamentos; la solución es no enfermarnos”. ¿En serio, Zoé? ¿No enfermarnos?
Como si el cáncer, la diabetes o un resfriado pandémico fueran opciones de Netflix que uno desmarca con un “no, gracias”. El contexto es el de siempre: desabasto crónico en el Seguro Social, claves de acceso “abiertas” que suenan a puertas entreabiertas en un barrio bravo, y un director que, en lugar de admitir que el sistema colapsa bajo el peso de su propia ineficiencia, recurre a la filosofía barata de autoayuda.
Minutos después, el clip explota en Facebook y TikTok con críticas que van de la risa histérica a la rabia contenida: “¿Y si me enfermo por comer tortillas con sal porque no hay subsidios reales?”, tuitea uno; “Robledo, ¿ya probaste no envejecer para no necesitar pensiones?”, remata otro. Indolencia pura, señores: mientras los mexicanos racionan pastillas como si fueran boletos de lotería, el servidor público –ese que cobra con nuestros impuestos– nos manda a casa con un “mejor no te enfermes, carnal”.
Es el colmo de la 4T: prometer salud para todos, pero entregar consejos de abuelita y bodegas vacías. ¿Cuándo entendemos que la solución no es prevenir la enfermedad con mantras, sino surtir medicinas con presupuesto?
Y para rematar el trío de la desidia oficial, aterrizamos en Juárez, donde la Junta Municipal de Agua y Saneamiento (J+) confirma que no habrá aumento en las tarifas del agua –¡uf, que alivio! –, Lo dijeron con tono de héroes humildes, como si hubieran salvado a la población de una tragedia natural y no de una tarifa que jamás debió plantearse después de un 20% en el 2025.
El que sí viene afilando el lápiz es el Municipio. El alcalde, que hace unos meses aseguraba que no habría aumentos porque “no era el momento”, decidió hacerle caso a su yo alternativo: habrá incrementos en predial y multas. Todo justo antes de año electoral. El colmo no es que contradiga su palabra —en política eso ya es folclor— sino que creyó que nadie lo notaría.
Claro, porque en una ciudad que se ahoga en sequía y tuberías rotas, tocar el agua es como patear al perro flaco: duele y muerde de vuelta. Pero el predial, ese impuesto que se cuela en la nómina como un ladrón silencioso, y las multas de tránsito –esas trampas para incautos que olvidan pagar o se estacionan mal– se mantienen firmes, listos para exprimir al juarense de a pie.
¿El timing? Impecable: último año antes de las elecciones de 2026, cuando los políticos empiezan a lamer heridas y prometer paraísos fiscales. Indolencia local, con acento chihuahuense: mientras el alcalde posa de héroe accesible, los bolsillos de los contribuyentes siguen siendo el cajero automático eterno.
Al final, en este diciembre de consejos absurdos y consejos empresariales de emergencia, México se ríe con esa amargura que solo la frontera conoce. La federación no detona nada sin Slim de muleta; el IMSS “cura” con abstinencia; y Juárez cobra, siempre cobra.

