
Cuando el conflicto se planta en la calle
Lo que está ocurriendo con los bloqueos carreteros y ahora con el cierre de vías férreas marca un punto de inflexión que pocos en el poder supieron leer a tiempo. Durante meses, desde la comodidad de oficinas alfombrados, pasillos climatizados y desayunos oficiales, se insistió en que toda resistencia social era acción política inducida, agenda partidista o ruido electoral. Hoy, la realidad cruza la puerta, se sube a un tráiler y detiene un tren. Ya no son comunicados, no son desplegados, son barreras físicas que frenan mercancías, tiempos, producción y cadenas completas de abasto.
El gran error de quienes legislan o administran el país fue creer que el único contrapeso estaba en la oposición partidista. Y nada más lejos de la realidad. La resistencia que estalla en estos días no fue convocada por comités municipales, ni por liderazgos partidistas; es el pueblo llano, el sector productivo real, el que madruga para trabajar, el que no aparece en alfombras rojas y que, cuando protesta, deja de producir y deja de ganar. No hay protesta más cara y más consciente que aquella que se hace sacrificando ingresos.
La inconformidad sale de la tierra, del campo, de los transportistas, de quienes viven de mover mercancía, producir alimento, abastecer ciudades. Y cuando ellos se detienen, se detiene un país. No hay spin mediático que alcance para maquillarlo, porque el impacto no se observa en discursos sino en estantes vacíos, entregas retrasadas, inventarios rotos y contratos incumplidos.
Hoy el conflicto deja de ser un asunto de curules y se convierte en un asunto de kilómetros. De kilómetros de carreteras y vías férreas cerrados.
La desconexión peligrosa
Gobernar desde arriba, creyendo que el resto obedece, es cómodo. Pensar que solo una minoría política se inconforma, también. Pero creer que no existe un desgaste acumulado es irresponsable.
La calle está hablando con un lenguaje claro:
—Ya no alcanza.
—Ya no se escucha.
—Ya no se consulta.
Y algo más profundo, están legislando sin medirnos.
Ese “medir” implica costo real, litros de diésel, jornadas laborales, pagares bancarios, nómina, rentas, créditos y producción que no espera a que un senador atine, o no, un voto.
Lo que viene
Lo que se aproxima no es únicamente un bloqueo más, es un choque frontal entre la comodidad legislativa y la realidad productiva del país.
Cuando el conflicto sale de los salones donde se vota y llega a las carreteras donde se trabaja, el gobierno pierde su escudo.
Cuando la protesta deja de ser pancarta y se convierte en ruta cerrada, la política deja de ser discurso y se convierte en urgencia.
Y cuando el gobierno deja de escuchar, la gente deja de avisar y comienza a presionar.
Hoy la calle mueve a los funcionarios de sus oficinas y los empuja a un terreno que casi olvidaron, el territorio de la gente. El territorio donde el trabajo no se firma, se suda. Donde el tiempo no se mide en agenda legislativa, sino en horas de producción perdidas.
Esa es la factura social que viene.
Y no se paga con discursos.
Se paga escuchando, corrigiendo
y, dejando el aire acondicionado de la oficina para enfrentar el polvo donde se produce la riqueza del país.
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Cuando Daniela sacó el sombrero y el revólver político
Dicen que en la política el tono lo define el contexto. Y en estos días, el contexto no está para tibiezas. Daniela Álvarez, presidenta estatal del PAN, lo entendió y se quitó los guantes blancos. En un video directo, crudo y con estética de duelo en la calle principal del viejo oeste, se dedicó a exhibir nombre por nombre, rostro por rostro, a los legisladores chihuahuenses de Morena que levantaron la manita para aprobar la nueva ley del agua.
No hubo rodeos.
No hubo metáfora suave.
No hubo diplomacia con sonrisa.
Fue señalamiento explícito, casi una ficha de “se busca” política, donde el mensaje no fue dirigido al Congreso, sino a la sociedad.
Y vaya que funcionó!!!!
En cuestión de minutos, la publicación se convirtió en espacio de catarsis ciudadana. Los comentarios se desbordaron y el reclamo se volvió coro. Como suele pasar en estos tiempos digitales, la indignación encontró micrófono, teclado y pantalla.
Si los legisladores morenistas creían que el costo de levantar la mano se quedaba en el tablero electrónico del pleno, se equivocaron.
Álvarez hizo lo que muy pocos se atreven a hacer, personalizar la responsabilidad política.
En un país de votaciones colectivas y donde muchos se esconden, ella puso nombre propio, cara y domicilio ideológico al voto del agua. Le puso rostro a la decisión, apellido al compromiso y huella al agravio.
Y no lo hizo para aplaudirles.
Lo hizo para que la sociedad supiera a quién reclamarle cuando los precios suban, cuando la disponibilidad se tensione, cuando los bloqueos escalen y cuando el conflicto ya no sea mediático sino cotidiano.
La sociedad respondió!
Los comentarios fueron prueba viva,
Cuando el ciudadano tiene a quién responsabilizar, lo hace.
Cuando alguien levanta el velo, la gente habla.
Y cuando se señalan con claridad a quienes votan contra su propio estado, el juicio social no llega suave.
Pobres las mamacitas de los legisladores morenistas.
Si las redes digitales transmitieran audio ambiente, seguro los oídos de más de uno traerían pitido permanente.
Daniela entendió el signo del momento!!!
No se trata de estrategia electoral; se trata de un mensaje que muchos querían gritar y alguien finalmente articuló.
Porque mientras algunos funcionarios intentan justificar la ley, minimizar el conflicto o culpar a la oposición tradicional, Daniela Álvarez decidió mostrar el expediente político completo y ponerlos frente al público.
Y cuando pones un reflector tan directo sobre alguien, lo mínimo que esperas es que no se esconda.
Insistimos, en estos tiempos, la política ya no se juega solamente en curules, se juega en la red, en la calle, en los chats familiares, en las filas del supermercado, en la sobremesa… en los medios tradicionales.
Ahí es donde hoy se libra el “duelo del viejo oeste”.
Y Daniela, esta vez, fue la que desenfundó primero.


