Estamos ubicados en la época de los “absurdos”. Un tiempo donde rige un relativismo que nos invita (obliga) a creer que no hay una verdad que perseguir, sino que dependerá, en todo caso, de la percepción, muchas veces alterada, de cada uno de nosotros.
Tan es así que nos encontramos frente a una generación que no sabría explicar sin sentirse contrariada en su interior lo que es una persona, una mujer, o un bebé en gestación. Porque lo importante no es ni lo que somos ni quiénes somos, sino cómo nos sentimos.
Y entonces esta burbuja en la que quieren obligarnos a entrar, en la que nos domina la emoción y el sentimiento, poco a poco nos despersonaliza. Porque necesariamente implica perder la consciencia del ser y en esta despersonalización apagamos la razón para alimentar, no lo más elevado, sino lo más básico.
A partir de aquí se vuelve más fácil cosificar a la persona, porque para este punto ya el individuo ha apagado su ser racional y se vuelve un ser sin voluntad que camina para donde le han indicado. Si el individuo ya no es consciente, se vuelve un animal que permite que el apetito lo domine y es más fácil de adiestrar.
Esto no es solo un tema de generación, cultural o social, sino que se ha vuelto la bandera política de nuestros gobiernos. Así que han invertido lo suficiente como para convertirse en la brújula moral del país que gobiernan, donde como amos se apropian de la persona y también se apropian del derecho a decidir sobre una vida que no les pertenece.
Aquellos que no tienen escrúpulos para afirmar que el valor de una mujer recae en cuánta “libertad sexual” puede ejercer, o que nos es lícito mutilar el cuerpo de un niño porque piensa (o lo han obligado a pensar) que está en el cuerpo equivocado, tampoco lo tienen para definir a un ser humano en desarrollo como un cúmulo de células que por arte de magia adquieren una forma específica, con características específicas. Entonces les es más sencillo legislar disfrazando de “derechos” su deslinde de la obligación que tiene el Estado de proteger, garantizar, respetar y promover los verdaderos derechos humanos.
Claramente, nuestros gobiernos han sido los más beneficiados de esta pérdida colectiva de consciencia, porque no hay forma más sencilla de manipular o deshacerse de una persona, que volviéndola una cosa.
Sería importante empezar a entender que la lucha por la verdad necesariamente implica la defensa de la persona, y con esto, la defensa de la vida desde su concepción, lo que también implica la defensa de la familia, y así, la defensa de la patria.
En palabras de Gilbert Keith Chesterton: “llegará el día que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde”