Lo que brilla es la emoción ciudadana cada vez que las autoridades “descubren” que existen las calles, los semáforos y los señalamientos… y anuncian, como si fuera un logro histórico, que los van a arreglar.
Lo que huele es que, acto seguido, dicen que necesitan pedir otro préstamo, porque —según ellos— reparar lo básico cuesta una fortuna… como si pavimentar, pintar rayas y prender focos fuera tecnología de la NASA.
Y lo que apesta es que, después de tirar millones, las calles siguen como si las hubiera arreglado un ciego con prisa: sin líneas, sin señalamientos, con semáforos muertos y luminarias que “brillan”, pero por su ausencia o por lo mal que funcionan