Nunca deja de sorprendernos. Esta semana nos enteramos de una atrocidad que lleva el morbo al paroxismo: el dueño de la funeraria Amor Eterno, una de las vinculadas al escandaloso crematorio Plenitud, fue detenido por homicidio en un car wash. Sicario y “empresario del duelo” a la vez. Si este cruce entre comercio funerario y crimen organizado no grita “deplorable falla institucional”, entonces ya no sabemos qué lo haría. Este desastre no es anecdótico: es una señal de alarma sobre cómo el dolor humano puede convertirse en un negocio criminal sin que nadie lo note hasta que lo descubre el horror.
Mientras tanto, en Chihuahua sí se actuó… pero esta vez por algo distinto. Autoridades clausuraron un crematorio clandestino de animales en la capital estatal. Parece que cuando la “plaga” llega a lo visible —los olores, el peligro para la salud pública—, sí hay capacidad de respuesta. ¿Dónde quedaron esas ganas de investigar en el caso Plenitud, cuando el daño fue a los humanos? Esta intervención es un símbolo doble: síntomas de funcionalidad en otras jurisdicciones, y el vergonzoso contraste con la inacción que acá permitió cientos de cuerpos apilados.
Y para cerrar esta tríada, un dato que pocos han mencionado como urgente: más de 23 comunidades indígenas viven en Juárez, entre mazahuas, chinantecos, mixtecos, rarámuris y más. No son figuras de museo, ni argumento “instagrameable”. Son gente concreta: amas de casa, comerciantes, obreros, niños y niñas, muchos vienen de generaciones que llegaron en los setenta. Su invisibilidad institucional es otra tragedia: sin padrón actualizado, sin políticas culturales, sin reconocimiento real, siguen pagando la factura de la indiferencia, mientras quienes deberían representarlos permanecen ausentes.
Pero para el gobierno, son fantasmas. Sin acceso a salud, educación ni empleo digno, estas comunidades enfrentan discriminación y pobreza extrema, mientras la ciudad se jacta de sus 65 mil millones de dólares en exportaciones maquiladoras.
La visibilización es urgente, pero no basta con ferias culturales o fotos para el Instagram del municipio. Exigimos políticas reales: programas de vivienda, becas educativas y empleos que no los condenen a la maquila o al crimen. Porque en Juárez, la riqueza no puede seguir siendo solo para los de arriba
Juárez, vivimos en una ciudad donde los sicarios manejan funerarias, los crematorios operan como si nada y los indígenas son borrados del mapa. Mientras el gobierno presume superávits comerciales, nosotros enfrentamos la impunidad, la negligencia y el olvido. Exigimos que la FGE deje de hacerse loquita y resuelva el caso Plenitud, que las autoridades regulen hasta el último horno de la ciudad y que los indígenas tengan derechos, no migajas. Basta de tapar el sol con un dedo. En esta frontera, el hartazgo es nuestro motor, y no pararemos hasta que la justicia sea tan real como nuestro coraje. ¡Arriba Juárez, que no nos callen ni nos olviden!