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Heroica ciudad de Chihuahua, Chih. México
7 de diciembre 2025

Semáforos en rojo: inseguridad, tensiones y diplomacia rota

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Los semáforos de la seguridad volvieron a encenderse en rojo. El secuestro y asesinato de un yonkero en Juárez no es solo una noticia más del crimen local: es un termómetro del descontrol que se vive en los márgenes del Estado. Y esta historia ya la vivimos, de como inicia el terror, así que no nos la van a venir a contar.

El terrorífico hallazgo de un yonquero secuestrado y asesinado, aun se hubiese pagado por su rescate, pone los semáforos en rojo permanente, como si la ciudad entera fuera una zona de alto riesgo que nadie osa cruzar.

La SSPM, con su habitual lentitud que salva vidas como un caracol corre carreras, confirmó el homicidio como “ajuste de cuentas”, pero en Juárez, donde los desguaces son laberintos de metal retorcido y rencores oxidados, esto no es ajuste; es el canibalismo de una economía informal, fallida y con falta de oportunidades que se devora a sí misma.

Cuando el crimen se organiza incluso dentro de los sectores laborales informales, y la justicia no aparece, el mensaje es claro: el miedo se ha institucionalizado. Y lo peor es que ya ni siquiera sorprende; solo indigna por costumbre.

Mientras tanto, del otro lado del río, Estados Unidos —ese vecino que se debate entre su poder y su parálisis de gobierno— aparece en los titulares con una supuesta planeación de incursión en territorio mexicano, según NBC News.

Según la filtración del medio de comunicación Estados Unidos inicia planes de incursión en México, y esto pinta un panorama de invasión quirúrgica contra cárteles, con tropas especiales que podrían cruzar el Bravo sin invitación. La nota, que cita fuentes del Pentágono, detalla operaciones “limitadas” con drones, fuerzas de élite e inteligencia compartida para golpear laboratorios y rutas, pero en el fondo, es la soberanía mexicana la que se pone en jaque, como si Trump hubiera decidido que el T-MEC no basta y ahora quiere el Bravo entero.

La ironía es tan grande que resulta grotesca: ¿cómo puede un gobierno cerrado, con el congreso paralizado y el presupuesto militar en el limbo planear una invasión abierta?

Parece más un intento de proyectar fuerza que una intención real, un acto de propaganda política mientras Washington lidia con su propio colapso burocrático. Aun así, la sola idea revela algo preocupante: México no está siendo visto solo como un socio, sino como un foco de inestabilidad que podría “requerir control”.

Y eso, dicho desde la potencia más cercana, no es cualquier advertencia.

Y por si faltara tensión, Perú rompió relaciones diplomáticas con México.

Un país hermano, latinoamericano, con el que compartíamos principios como la libre autodeterminación, decide cerrar la puerta por diferencias políticas. El discurso del respeto a la soberanía suena hueco cuando la práctica se convierte en intervencionismo selectivo.

Qué giro tan brusco: México, que en su Constitución artículo 89 defiende la no injerencia, se ve ahora como el injerente, con Boluarte cerrando puertas que la CELAC tardaron años en abrir. Esto no es capricho andino; es el eco de un México que, con su “respetamos la soberanía” en labios, interviene en discusiones internas como la de Perú, donde Castillo es héroe para unos y traidor para otros.

Nos indignamos si nos tocan, pero opinamos con vehemencia sobre los gobiernos ajenos.
Y ese doble discurso tiene costo: México niega rompimiento con Perú, pero pierde influencia, pierde respeto y pierde aliados.

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