Heroica ciudad de Chihuahua, Chih. México
13 de noviembre 2025

La frontera se rompe

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La frontera se desmorona por dentro. En Ciudad Juárez, los yonqueros han decidido protegerse solos. No confían ya en la Guardia Nacional ni en los militares, y los han dejado fuera de su territorio. Es un acto de rebeldía que nace del coraje puro y el miedo que no se quita con promesas.

La Unión de Yonqueros, con Héctor Lozoya al frente, tomó la decisión tras el secuestro y asesinato del hijo de un empresario del gremio –una tragedia que, pese al rescate pagado, terminó en un cuerpo torturado–, y ahora, con más de 300 socios en la mira, optan por el autoaislamiento: censo interno de empleados, radios colgando en los bolsillos, grupos de WhatsApp que comparten sombras como quien pasa por enfrente, y vigilancia propia que declara “por el momento, todos son sospechosos”.

“Hay coraje, hay miedo y la psicosis no se quita de la noche a la mañana. Ya no confiamos en nadie”, soltó Lozoya, con la voz que tiembla de quien ha visto abusos en inspecciones que entran como huracanes y salen con “nada que esconder” como excusa. Que los militares y la GN, que han registrado negocios con la delicadeza de un tanque en floristería, no pasen: “Les dimos entrada porque no tenemos nada que esconder, pero abusaron. Ahora nadie entra”. Moños negros en luto, protestas escalonadas y la amenaza de suspender impuestos si la certeza no llega –”si no hay seguridad para abrir, no hay pago”– convierten a los yonqueros en una fortaleza de metal retorcido, donde la protección es nula y la confianza, un lujo extinto.

El mensaje es brutal en su simpleza: el Estado perdió autoridad. Cuando un grupo civil decide cerrar el paso a las fuerzas de seguridad, no estamos ante una protesta; estamos ante la fractura de un pacto. El de la ley. El de la confianza. El de un gobierno que, por omisión o ineptitud, ha dejado que el miedo sea el nuevo reglamento no escrito de la ciudad.

Juárez vive un momento límite. No se trata solo de violencia, sino de descomposición. Los yonqueros no son criminales; son ciudadanos hartos de ser víctimas colaterales de un fuego cruzado que nunca se apaga.

Y cuando quienes deberían protegerlos se convierten en sospechosos, la comunidad se atrinchera.
El problema es que una sociedad atrincherada deja de confiar, deja de denunciar y, tarde o temprano, deja de obedecer. El resultado es predecible: el vacío de poder.

Mientras tanto, en otro frente, se detecta un segundo narcotúnel, esta vez en plena zona del Monumento a la X. Una ubicación tan simbólica como inquietante: el punto donde Juárez presume modernidad, cultura y turismo, ahora convertido en la entrada de un pasaje subterráneo del crimen.

El acceso, sobre la banqueta de la avenida Rafael Pérez Serna, estaba cubierto por una losa de concreto reforzada con varillas que, al retirarse, revela un conducto vertical de casi cinco metros de profundidad, conectado a un pasadizo que serpentea hacia el límite internacional, con el Río Bravo como telón de fondo.

Este hallazgo, en el mismo sector donde se clausuró otro túnel sin inspeccionar del todo, enciende las alarmas: ¿es una extensión del anterior, o una obra nueva que burla el muro como si fuera papel maché?

El activo un operativo binacional, con Ejército Mexicano, Guardia Nacional e Instituto Nacional de Migración del lado nuestro, y Border Patrol y personal del Ejército estadounidense del otro: recorridos en el cauce, revisiones en el muro, sobrevuelos de helicópteros que zumban como mosquitos enojados, y un despliegue que busca a los fantasmas que entraron por el agujero.

Hasta ahora, cero detenciones ni aseguramientos, pero el túnel –con su profundidad y discreción– pinta un cuadro de ingeniería que burla fronteras como quien cambia de canal.

¿De verdad alguien puede creer que semejante obra se construye sin que nadie lo note? Los túneles no son simples agujeros; son infraestructura criminal. Y donde hay túneles, hay ingeniería, dinero y silencio oficial.

El hallazgo debería encender todas las alarmas, no solo por lo que representa en términos de seguridad, sino por lo que revela sobre la profundidad de la corrupción y la complicidad.
Si el crimen puede cavar bajo la tierra sin ser molestado, ¿qué nos queda arriba?

Y como si el guion no pudiera torcerse más, la patrulla fronteriza estadounidense reportó disparos desde el lado mexicano. El eco de las balas no solo retumba en el desierto: golpea en lo más sensible de la relación binacional.

Porque cada detonación, por aislada que parezca, pone en riesgo la estabilidad diplomática y refuerza la narrativa que desde Washington viene cocinándose: la de que México ya no controla su frontera.

Un argumento que, en tiempos de Donald Trump, puede convertirse en pretexto para cualquier tipo de intervención “preventiva”. Y así, en cuestión de horas, la línea divisoria pasa de ser un límite político a un posible campo de

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