Por RAFA RAMOS
DOHA — La ecuación perfecta se dio. Gerardo Martino organizó la estrategia, y los peones y los alfiles se encargaron de ejecutarla. No alcanzó para batir a Polonia, porque México tiene los dientes afilados, pero la bayoneta con la punta roma, redonda.
0-0, el marcador, que en la frialdad de la nada, de ese matrimonio espurio de ceros, esconde el todo.
Porque Polonia estuvo más cerca de ganar, pero, también el hombre más temido en el mundo por los porteros erró, o más que errar se encontró con la noche gloriosa, otra más, de Guillermo Ochoa. Robert Lewandowski el Atila de los arqueros, cayó de rodillas.
0-0, que maquilla una noche casi perfecta de México, al alcance de sus posibilidades, porque también ensalza la a veces muy mezquina forma de jugar de Polonia. Al final, a ninguno le dio lo que merecía, pero a ambos los cobijo con el consuelo rancio del empate.
En la previa, el entrenador de Polonia, Czeslaw Michniewicz, había advertido el compás del baile ante México. “En estos tiempos, con la tecnología, ya no hay secretos, el que se vea sorprendido, será porque no hizo su tarea”, indicó.
Hubo sorpresas, pero no hubo sorprendidos, acaso uno, Lewandowski, que no esperaba que un arquero con casi cuatro años sin atajar un penalti, se glorificara precisamente en la noche en que no había espacio para Cenicientas.
Martino encontró devoción, compromiso y esa intensidad que marca diferencia en los partidos de futbol. Sí, hubo desaciertos. Jorge Sánchez puso ímpetu y abandonó el guion. Le costó un soponcio en una descolgada polaca, y en otra ocasión le resbalaron una advertencia amarilla por las narices.
¿Habrá sido el mejor partido de México en la era de Gerardo Martino? Fue al menos el más eficientemente funcional, especialmente en el primer tiempo, y en la reacción mostrada después de que Ochoa se lanza a su izquierda y ataja el disparo de Lewandowski, quien lo había ejecutado, bajo los susurros históricos de Pelé: fuerte, raso y colocado.
Los proscritos de la fe tricolor tuvieron su noche de advenimiento, de reconciliación, de indulto. Chucky Lozano se adjudicó el crespón de líder, se lo puso, la mitad en el hombro y la mitad en el pecho. Qué partidazo, por la banda o leyendo, insospechadamente, la utilidad de los escasos espacios en la madriguera trémula de Polonia.
El desgaste de Alexis Vega, presionando, acosando, y siendo el jugador con más puntualidad, pero con menos puntería, en los remates a gol, se ganó el protagonismo. Tecatito Corona, guerrero a medio sueldo, ya puedes dejar tus armas descansar ante la chimenea. El heredero ha llegado.
Cierto, en el eje del ataque, Martino necesita un Frankenstein. Armar de los buenos retazos de sus tres comandantes, el tipo perfecto que no tiene.
Henry Martín tuvo una, o se fabricó una, metiéndose al zaguán momentáneamente descuidado del adversario. Su remate de cabeza, forzado, irrumpiendo al área, termina en una reacción más llena del milagro de la desesperación, que, de sus facultades, por parte del arquero Wojciech Szczęsny quien le quita la fiesta a esa pelota ansiosa de red.
Y si Héctor Herrera se transformó de aquella versión maldita y parrandera bajo los acordes del tequila y del Grupo Firme, sus socios estuvieron a la altura de la batalla. Edson Alvarez dio su mejor versión en los últimos dos años con el Tri y se sintió cómodo con Luis Chávez, a quien no le intimidó ni la dimensión del desafío ni la fastuosidad del escenario, atiborrado de mexicanos.
Pero, ciertamente, México necesitaba de más asociación. ¿Prescindir de un Número 9, como tal? Habría podido ser un recurso, forzando escenarios con Uriel Antuna u Orbelín Pineda, para abrir el diálogo con el mismo Chávez.
¿En el fondo? Como era normal, México tenía la desventaja en el cuerpo a cuerpo. Sin embargo, en el juego aéreo, la masificación en la marca, y cierto descuido en la periferia del área, permitieron espantar al fantasma de los balones aéreos. (Fuente ESPN)
