
🕊 Los Buitres del Silencio vs los Buitres del Ruido
El asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, no solo exhibe la fragilidad de la seguridad en Michoacán, sino también la miseria moral de la clase política mexicana. En cuanto la noticia se confirmó, los buitres comenzaron a volar. Unos, los del poder, sobrevolaron en silencio; otros, los del oportunismo, graznaron desde la oposición. Pero ambos huelen igual, a carroña.
El gobierno calla con el mismo guion que ya se ha vuelto protocolo de rutina. Promete investigaciones, justicia, responsables. Pero todos sabemos que en México esas palabras son sinónimo de tiempo muerto. Manzo pidió ayuda a la federación, la pidió cuando aún respiraba, cuando aún creía que había autoridad más allá del discurso. No la tuvo. Y ahora las condolencias llegan tarde.
Del otro lado, la oposición se arroja sobre el cadáver con el hambre de los que no buscan justicia, sino cámara. Convierten la tragedia en material de campaña, en tuits indignados y ruedas de prensa donde el dolor se mide en trending topics. No hay empatía, hay estrategia. Hablan de inseguridad como si nunca hubiesen gobernado, como si no hubiesen contribuido a este país donde la muerte es un trámite y la impunidad una costumbre.
Y así, entre el silencio del gobierno y el ruido de la oposición, el país se pudre en medio. Los ciudadanos ya aprendieron a vivir con miedo y a morir sin noticia. Las calles huelen a pólvora vieja y a promesas rotas. Cada asesinato de un alcalde, de un periodista, de un activista, es una lápida más en el panteón del Estado mexicano.
Carlos Manzo no solo fue asesinado por sicarios, sino por un sistema que dejó de escuchar, que dejó de proteger y que ahora finge sorpresa. Y mientras los políticos se reparten los restos de la tragedia, los buitres seguirán bajando del cielo, sabiendo que aquí, en este país, siempre habrá algo que devorar.
Porque lo más grotesco de todo es que, a casi trece años de que Felipe Calderón dejó la presidencia, el gobierno actual sigue encontrando en él su coartada favorita. Es el pretexto que nunca envejece, el del pasado que justifica el presente. Mientras tanto, los muertos se acumulan bajo la nueva bandera del cambio, y la vieja guerra que, ya no existe, pero sigue cobrándonos la vida a plazos.
Por qué Los buitres no entienden de sexenios.
——————
🚦 El semáforo del millonario y la trampa mortal del pueblo
A la entrada de Chihuahua hay un semáforo que no nació del sentido común, sino del capricho con chequera. Lo mandó a poner un particular con mucha lana, de esos que se creen dueños del pavimento porque alguna vez donaron una banqueta, nos referimos a Eugenio Baeza. El problema es que ese semáforo, esa lucecita privada disfrazada de obra pública, se ha convertido en una auténtica trampa mortal para quienes vienen por carretera, confiados, a buena velocidad, hasta que de pronto… ¡zas! aparece el alto donde no debería.
No hay aviso previo, no hay lógica vial ni planeación; lo único que hay es el ego de alguien que logró que el gobierno doblara las reglas para su comodidad. El beneficio es mínimo; apenas un 0.0001% de los chihuahuenses, y eso siendo generosos, se ven favorecidos por este semáforo de lujo. En cambio, el 99.9999% restante corre el riesgo de terminar estampado, confundido o muerto, porque al parecer en Chihuahua ya cualquiera con suficiente dinero puede privatizar hasta el derecho a frenar.
El colmo es que las autoridades, en vez de revisar el peligro o estudiar la vialidad, guardan silencio. Quizás porque el que mandó a ponerlo no es cualquier mortal, sino uno de esos que se sientan en las primeras filas de los informes de gobierno.
Así, la carretera se convierte en emboscada, y el semáforo, esa señal que debería proteger, se transforma en símbolo del poder del dinero sobre la lógica, la ley y la vida.
—————
🚨 Once cayeron. Falta el resto.
Once policías dieron positivo en un examen sorpresa. Bien. Por fin alguien tuvo el valor de revisar lo que todos sospechamos, que hay más polvo que honor dentro de algunas corporaciones. Pero el problema no son esos once, el problema lo son todas las demás corporaciones donde no se atreven a realizarlo.
¿Dónde están los exámenes sorpresa para los estatales, los custodios, los ministeriales o los de la guardia nacional? ¿O es que el miedo a lo que salga es más grande que el compromiso con la gente?
Porque si once salieron sucios, ¿cuántos más andarían igual si se les aplicara la misma prueba?
Cabe aclarar, que de los Once policías que dieron positivo en exámenes antidoping, como era de esperarse, unos dicen que tomaron medicamentos, otros aseguran que el procedimiento no fue confiable en el manejo de las muestras. Si es cierto que hubo fallas, que se repita la prueba; si la ley les otorga ese derecho, que se ejerza. Pero también que se haga con transparencia y rigor, sin privilegios ni pretextos. Porque no se trata de sospechosos ni de víctimas del sistema, sino de garantizar que quienes portan un arma y representan la ley estén realmente limpios. La confianza se gana con hechos, no con excusas.


