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13 de noviembre 2025

Sheinbaum y el acoso…

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Todos vimos las imágenes: la presidenta Claudia Sheinbaum caminando por el Centro Histórico de la Ciudad de México, rodeada de gente. Un hombre se le acerca, cruza la línea invisible del respeto y la toca sin consentimiento.

De inmediato, las redes ardieron: ¿fue montaje? ¿por qué la seguridad lo permitió? ¿es real o parte de una estrategia de manejo de crisis política? Pero ese debate, sinceramente se lo dejamos a otros analistas y columnistas. Aquí el tema de fondo no es el “cómo” ni el “por qué” logístico. Es, lo que significa ser víctima de acoso sexual.

Ese shock, esa inmovilidad fugaz que sufren las mujeres en ese momento, el sentirse culpables en vez de víctimas y en esa culpabilidad sentirse sucias y no poder contarlo ni denunciarlo, es el pulso compartido de 49.7% de mexicanas que han sufrido violencia sexual, según la ENDIREH 2021 del INEGI. Es el grito ahogado de un país donde el 35% de las mujeres globalmente, y 7 de cada 10 en México, han enfrentado acoso callejero, como reporta ONU Mujeres en 2024.
Visibilicémoslo, no solo el 8 de marzo, sino todos los días: el acoso no es “piropo”, es una herida que sangra en silencio,

Ese episodio, más allá del personaje político, expone una verdad que muchos prefieren ignorar: el acoso en México no discrimina ni respeta investiduras. Le pasa a la estudiante, a la obrera, a la periodista, a la médica, a la cajera del supermercado, etc.

El cuerpo de una mujer en México sigue siendo campo de disputa, de invasión y de poder. Y lo que duele no es solo la agresión física, sino el eco social que la acompaña: la duda, la burla, la minimización. Es el eco de una sociedad que las paraliza, que las hace sentir culpables por “provocar” con una mirada o un vestido, incluso se sienten “sucias” por un roce que no pidieron.

En México, 39.2% de mujeres han sufrido violencia por pareja y 49.7% alguna forma sexual (INEGI 2021), este episodio visibiliza el continuum del acoso: del piropo grosero al toque invasivo, del congelamiento instintivo a la culpa que las ahoga después. No es debilidad; es supervivencia en un sistema que normaliza el asedio, donde el 60% de víctimas no denuncia por miedo a la revictimización, según ONU Mujeres.

Y justo ahí está el problema. Nos cuesta reconocer el acoso porque nos hemos acostumbrado a él. Lo hemos normalizado tanto que solo lo creemos cuando viene con sangre o con escándalo.

Ahora, no todo es desolación; hemos avanzado, y eso da fuerza para seguir. La Ley Olimpia (2020), que penaliza el acoso digital y callejero, ha registrado 1,200 denuncias en 2024, un salto del 30% gracias a campañas como #NiUnaMenos y #MeToo México. Instituciones como la Comisión Nacional de Derechos Humanos han impulsado protocolos en escuelas y trabajos, y el 8M ha convertido el marzo en un rugido colectivo.

Pero falta mucho: la impunidad reina (solo 1% de denuncias prospera, Amnistía International 2025), y el machismo cultural persiste, culpando a la víctima en un 70% de casos mediáticos. Visibilizar no es un evento anual; debe ser constante, un hilo rojo que teja nuestra cotidianidad, porque el acoso no espera al calendario— acecha en el autobús, la oficina, la fiesta.

Sin pensarlo dos veces, la educación es nuestra arma más poderosa, pero no la de aulas frías, sino la que empodera desde la cuna. Enseñemos a niñas y niños que el cuerpo ajeno es sagrado, que un “NO” es un derecho, no una provocación.

Las escuelas deben integrar módulos obligatorios de consentimiento y empatía, pero con recursos reales: talleres con psicólogas, no charlas teóricas. A los hombres, eduquémoslos para desmantelar el privilegio: que reconozcamos el impacto de un “mal piropo” y el peso de la mirada. En familias, rompamos el tabú: hablemos de acoso sin culpa, validen el shock como normal—no más cuestionar el “por qué no gritaste”, sino fortalecer el “no fue tu culpa”.

Educar no es solo informar; es sanar, empoderar, romper el ciclo donde el 49.7% de mujeres cargan el peso del silencio, que dejen de ser estadística y se conviertan en coro. Porque detrás de cada toque no consentido hay una mujer que merece caminar libre, sin miedo, sin culpa.

La parálisis y/o shok que sufren las mujeres cuando son víctimas de acoso, no es fracaso; es una respuesta humana a un mundo que falla en protegernos. Si te pasa o lo ves, recuerda: no eres culpable, eres sobreviviente.
Denuncia (al 911 o app “No Más Acoso”), busca apoyo (Línea de la Vida: 800 911 2000) o asociaciones como Renace (Facebook) y educa: comparte info, rompe el silencio. En México, el 2025 vio un 15% más de denuncias por campañas como #NiUnaMenos. ¡Tu voz rompe el congelamiento colectivo!

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